
Los ecosistemas acuáticos de todo el mundo se están calentando, y la Amazonia no ha sido ajena a este fenómeno. En los últimos años, los ríos y lagos del mayor bosque tropical del planeta han registrado niveles de calor sin precedentes, como síntoma del calentamiento global que está transformando los trópicos. En 2023, una sequía y una ola de calor extremo elevaron la temperatura de las aguas a niveles jamás registrados: hasta 41 grados, según un estudio publicado este jueves en la revista Science. Este calentamiento golpeó especialmente a especies marinas y la supervivencia de las comunidades ribereñas que dependen del agua para sobrevivir.El estudio, liderado por el investigador brasileño Ayan Fleischmann, del Instituto de Desarrollo Sostenible Mamirauá, analizó diez lagos del centro del Amazonas. En cinco de ellos, el agua superó los 37 grados. En el lago Tefé, las mediciones alcanzaron los 41 grados en toda su columna de agua, de apenas dos metros de profundidad. El científico describe aquel episodio como “una tormenta perfecta”: radiación solar extrema, poca profundidad, viento débil y aguas turbias, que impiden que la luz solar se disperse.Una crisis ecológica y humanitariaLa sequía no solo disminuyó el nivel de los ríos, sino que los calentó al extremo. “Era imposible meter un dedo en el agua. Estaba tan caliente que los animales no tenían refugio. Los peces y los delfines murieron porque no había agua fría en el fondo del lago”, lamenta. “Es una crisis ecológica y humanitaria al mismo tiempo”.Más informaciónTodos los componentes del ecosistema —peces, delfines, fitoplancton— quedaron afectados. El equipo documentó más de 200 delfines muertos en el lago Tefé. “Estas temperaturas superan la tolerancia térmica de la mayoría de las especies amazónicas. Pero por alguna razón los delfines no huyeron, permanecieron en este lago hasta morir”. El calentamiento alteró además la cadena ecológica. “El lago se tiñó de un color rojo debido a las algas que cambiaron su pigmentación”, señala Fleischmann. Moverse por la región en sequía, dice Fleischmann, les resultó complejo, no solo por los problemas de movilidad, sino también por el efecto emocional que produjo en el equipo. “Lo que normalmente tomaba tres horas en barco pasó a ser ocho o diez. Y además del calor, muchos colegas quedaron profundamente afectados por lo que vieron: centenares de cadáveres de delfines, comunidades enteras aisladas, personas sin agua ni comida”. El impacto, explica Pepe Álvarez, biólogo español afincado en Perú, fue devastador para la fauna acuática. No solo por su muerte, sino también por el rompimiento de sus ciclos reproductivos. Los peces que acostumbran a liberar huevos en grandes cardúmenes (como los carachamas y boquichicos) dependen de las crecientes anuales para reproducirse. Sin embargo, durante las sequías de esos años el nivel de los ríos bajó tanto que miles de ejemplares quedaron atrapados en lagos aislados. “En Perú no hubo tanta mortandad visible como en Brasil, pero sí una escasez brutal de pescado”.Un delfín muerto en el lago Tefé, afectado por las altas temperaturas y la sequía.BRUNO KELLY (REUTERS)“Cuando se seca el río, se seca la vida”Las sequías paralizaron la vida cotidiana en la Amazonia. Miles de familias ribereñas quedaron sin transporte, sin agua y sin pescado, su principal fuente de alimento. Un informe de Unicef de noviembre de 2024 estimó que más de 420.000 niños resultaron afectados por la falta de agua y por la imposibilidad de asistir a clases. En Brasil, más de 1.700 escuelas y 760 centros de salud quedaron inaccesibles por el bajo nivel de los ríos. “Cuando los peces mueren, se pone en peligro la seguridad alimentaria”, resume Fleischmann. El transporte, la educación, el comercio depende del agua en las comunidades ribereñas. “Si no se puede navegar, se perturba toda la economía social de la región”. El artículo de Fleischmann y su equipo se centra en el 2023, fecha en la que empezaron a estudiar el fenómeno. Sin embargo, se extendió hasta el 2024. “Podemos decir que fue la mayor sequía jamás registrada”, afirma el hidrólogo. “No sabemos qué ocurrió en los siglos anteriores, pero se puede decir con certeza que dentro de al menos 120 años, según los datos que tenemos, fue la mayor sequía”. De acuerdo con los investigadores, la región vive un proceso sostenido de calentamiento —0,6 °C por década desde 1990—, potenciado por la deforestación, las sequías extremas y los cambios globales del clima. “Los lagos se han calentado continuamente durante las últimas décadas, y cuando se combina esa tendencia con una sequía extrema, se crean las condiciones ideales para que las aguas se recalienten aún más y provocar lo que llamamos una ola de calor tardía”, detalla Fleischmann. Barcos y casas flotantes quedaron varados durante la sequía en Manaos en 2023.Edmar Barros (AP)Para el doctor Adalberto Val, que lleva más de cuarenta años estudiando la fisiología de los peces amazónicos desde su laboratorio en Manaos (Brasil), el cambio climático actúa aquí como un impulsor multidimensional: “Afecta al bosque, al aire, a los ríos, a los lagos, y a todo lo que vive en ellos”.Según el investigador del Instituto Brasileño de Investigaciones de la Amazonía (INPA), la mayoría de los organismos acuáticos amazónicos son extremadamente sensibles al calor. “Cuando la temperatura aumenta, las aguas pobres en oxígeno se vuelven aún más hipóxicas. En zonas como la cuenca del Río Negro, donde el agua ya es naturalmente ácida, se vuelve todavía más ácida. Es una combinación letal”. El resultado, dice, fue evidente durante las sequías de 2023 y 2024: una mortandad masiva de animales. “Los peces no pueden regular su temperatura corporal. Cuando el agua llega a los 41 grados, simplemente dejan de funcionar: sus enzimas se bloquean, su metabolismo colapsa y mueren”. El científico describe un escenario de desequilibrio ecológico. “El lago Tefé perdió el 75% de su extensión. Pasó de 400 a 100 kilómetros cuadrados. De trece metros de profundidad, se redujo a medio metro”. Y los delfines, capaces de regular su temperatura corporal, no resistieron. “Tienen que gastar una enorme cantidad de energía para mantenerse con vida, y en un ambiente agotado, sin alimento ni refugio, no pueden sostener ese esfuerzo”. Un patrón que se repite La sequía de 2023 y 2024 no fueron hechos aislados. Dos años antes, Brasil sufrió la peor sequía en casi un siglo, con lluvias en mínimos históricos y graves impactos agrícolas y energéticos. En 2023, los ríos bajaron hasta veinte centímetros por día. Pero el 2024 marcó un avance notable: la deforestación amazónica cayó a 5.796 km², un 11% menos que el año anterior, la mejor cifra en más de una década. El Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, con la ministra Marina Silva al frente del área ambiental, reforzó la fiscalización, reactivó el Fondo Amazonia y coordinó a 19 ministerios en una cruzada para frenar la tala. Este esfuerzo coincide con la cumbre del clima (COP30), que se celebrará del 10 al 21 de noviembre de este año en Belém, en pleno corazón amazónico. Para Núria Bonada, catedrática de Ecología de la Universidad de Barcelona, el cambio climático está alterando de forma profunda los patrones hidrológicos del planeta. “Alrededor del 60% de la red fluvial mundial sufre sequías cada año, y todo indica que serán más frecuentes y prolongadas”, advierte. En ese panorama, la cuenca amazónica —poco monitorizada y con una alta biodiversidad— se perfila como uno de los sistemas más vulnerables.Aun así, Ayan Fleischmann se resiste al fatalismo: “En el lago Tefé murieron 200 delfines, pero hay miles de lagos donde no ocurrió. Todavía hay tiempo para cambiar y evitar que esto se repita”.
Cientos de delfines muertos por los 41 grados de récord en las aguas amazónicas: “Estaba tan caliente que no tenían refugio” | Clima y Medio Ambiente
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