Hace siete años, Abou Sangaré (Sinko, Guinea, 23 años) cruzaba el Sáhara y el Mediterráneo para intentar llegar a Francia. Hoy, un viernes cualquiera de abril, se encuentra en la terraza de un bar de Amiens, plácida ciudad de provincias a 150 kilómetros al norte de París. Son las siete de la tarde y acaba de salir del taller de Mercedes Benz donde trabaja como mecánico de camiones en las afueras. “Hago mecánica manual, eléctrica, electrónica, automática. Vehículos pesados y utilitarios. Lo arreglo todo”, dice con un té humeante en la mano. Aquí todos lo conocen, todos lo saludan. Sangaré es un inmigrante africano más, como muchos de los clientes del bar, pero también una especie de símbolo: es el protagonista de La historia de Souleymane, una de las películas del año pasado en Francia, donde la vieron más de 600.000 espectadores. El filme, que se estrena este miércoles en los cines españoles, retrata 48 horas en la vida de un repartidor sin papeles que, mientras intenta reunir lo justo para comer y dormir bajo techo, se prepara para una audiencia decisiva para su solicitud de asilo en París.Más información“Funcionó por la extrema derecha”, asegura Sangaré, consciente de que su éxito se inscribe en un momento de alta tensión en torno a la inmigración. “La película habla de un tema político y mediático del que todo el mundo opina sin parar, pero le pone un rostro humano. Ofrece un relato, una experiencia. Luego, cada espectador puede decidir si quiere tratarnos bien o seguir tratándonos mal”. ¿Y él qué espera? “Lo primero. Pese a todo lo que he vivido, sigo creyendo en la humanidad”, afirma. Sangaré tiene aplomo, una fotogenia indiscutible, una elegancia inconsciente, un ápice de melancolía, una mirada en la que se confunden la amabilidad y la dureza. No cuesta entender qué vio en él el director Boris Lojkine después de entrevistarse con cientos aspirantes no profesionales para interpretar el papel. Cuando le llamó para volver a verlo, Sangaré aceptó, pero le dijo que no podría ser antes de las cinco de la tarde. “Tenía un coche que terminar”, recuerda.La de Souleymane no es su historia, pero se le parece. Nacido en una pequeña localidad del sur de Guinea, Sangaré dejó su país a los 15 años para trabajar en Europa y poder mandar dinero a su madre, que padecía crisis epilépticas y no podía costear su tratamiento médico. Atravesó el Sáhara en dirección a Argelia, cruzó el Mediterráneo en una Zodiac y desembarcó en Lampedusa. Y desde allí, a Francia. Sin hablar francés, sin escolarización previa, sin papeles. Tras tres rechazos de la administración, en enero de este año obtuvo un permiso de residencia de un año. No fue gracias a sus estudios —logró el bachillerato profesional tres años después de llegar a Amiens— ni a su formación y trabajo como mecánico. Fue, considera, gracias al cine. Abou Sangare en un fotograma de la película ‘La historia de Souleymane’, de Boris Lojkine.“Tenía estudios, un empleo y hablaba francés, pero eso no bastó para demostrar mi integración. Cuando me vieron en pantalla consideraron que estaba mucho mejor integrado”, relata con una mezcla de ironía y amargura. “No me concedieron los papeles hasta que salí en una película”. Hasta enero, Sangaré estaba amenazado, como tantos, por una orden de expulsión: la famosa OQTF, iniciales en francés de “obligación de abandonar el territorio estatal”, uno de esos bonitos eufemismos en forma de acrónimo que abundan en la lengua de Molière.Tras obtener su permiso, confesó a la prensa: “Respiro mejor”. La película no es biográfica, salvo tal vez al reflejar la angustia constante que supone no encontrar nunca un alivio. “Totalmente. Ahora puedo pasear tranquilo por la ciudad, antes no podía. Pero, en realidad, para alguien como yo, que creció en África hasta los 16 años, que entró en Francia de manera clandestina buscando una vida mejor, nunca habrá un respiro completo. Por cada día trabajado por usted, yo tengo que trabajar cuatro para ganarme la vida”, explica. “Para un extranjero, para un negro, respirar con tranquilidad es imposible. Yo sigo viviendo como si fuera un indocumentado”.“Para alguien como yo, respirar con tranquilidad es imposible. Por cada día trabajado por usted, yo tengo que trabajar cuatro para ganarme la vida”En Amiens conviven dos mundos: los ricos y los pobres, dicho sin muchos matices. El centro de la ciudad está dominado por su imponente catedral gótica y una calle comercial típica de cualquier ciudad del interior francés, donde la gente mira y se deja mirar como hace dos siglos. Entre una gran variedad de comercios, destaca una chocolatería que pertenece a la familia de Brigitte Macron. Ella y el presidente francés son originarios de la ciudad. Sangaré nunca se los ha cruzado por la calle. “No, y nunca aceptaré reunirme con un presidente. Si me lo propusiera, no iría”. Ya rechazó una invitación para acudir a la Asamblea Nacional y también declinó varias solicitudes de diputados de izquierda. “Les dije que no a todos. Todo lo relacionado con la política es un no. Los políticos no nos quieren, y yo no quiero ayudar a quienes no nos quieren”, asegura, sintiéndose portavoz de los indocumentados. Tampoco ha querido regresar a Guinea, un país que no pisa desde que se fue 2017 (su madre murió dos años después). “Me ha llamado el presidente y algunos ministros, pero mi respuesta es no”.El mecánico y actor llegó a Amiens, capital histórica de la región de Picardía, por puro azar. Una noche, en París, un desconocido le aconsejó que abandonara la capital para evitar los controles policiales. En la Gare du Nord, siguió a un desconocido que subía a un tren regional con destino a esta ciudad. Siete años después, una tarde fría de enero, salió de su taller a la hora prevista, tomó ese mismo tren y se cambió en los baños del vagón, del mono de mecánico al esmoquin. Llegó a tiempo para la cena de los nominados al César, los premios del cine francés, en un restaurante chic de París. Semanas después ganó el premio al mejor actor revelación, que se sumaba al galardón recibido en 2024 en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes. Lo sorprendente fue el tono de su discurso: pese a todo lo vivido, eligió la gratitud frente al rencor. Abou Sangaré, junto a la estación de tren de Amiens (Francia), el 18 de abril.Louisa Ben“Lo hice porque, aunque el Estado me lo puso muy difícil, las personas nunca me fallaron”, explica. “Desde que nací hasta hoy siempre he recibido apoyo”. Recuerda, por ejemplo, cuando acudía a este mismo bar sin tener dinero, no hace tanto tiempo: “Me decían que el café costaba 1,30 euros, pero me lo perdonaban siempre”. En su discurso quiso recordar a esas personas: al dueño de este modesto establecimiento, a la responsable asociativa que lo auxilió cuando llegó a Amiens, al actor Pierre Niney, uno de sus padrinos en el cine francés. “Preferí hablar de ellos, y no de los demás”.Desde el éxito de La historia de Souleymane, Sangaré tiene un agente cinematográfico y no descarta repetir ante la cámara, aunque eso tampoco le quite el sueño. “Mi sueño no es el cine, sino la mecánica. Pero tal vez pueda compaginar las dos cosas”, dice. ¿Ha recibido alguna oferta? “Siguiente pregunta, por favor”, responde como el más frío de los profesionales. Él prefiere contar lo que hará este fin de semana: un poco de descanso, algo de musculación en el gimnasio, tal vez una serie en Netflix. “Me gustan, sobre todo, las asiáticas, como Shōgun”. “Mi sueño no es el cine, sino la mecánica. Pero tal vez pueda compaginar las dos cosas”, afirma el actor, que cuenta con un agente cinematográfico Una cadena de cines le regaló un abono ilimitado y suele ir a ver algunos estrenos. Le gustó la reciente Por todo lo alto, las películas de Vincent Lindon y otros ejemplos de cine social de calidad. Pero admite que, puestos a elegir, prefiere un poco de evasión. “El olvido es muy importante. Siempre, en algún momento, el ser humano tiene que aprender a olvidar. Porque se lo juro, incluso aquí, si no fuera por el olvido, muchos de estos chicos no estarían bien, no saldrían adelante”, dice mirando a una clientela compuesta por jóvenes africanos como él. “Para sobrevivir, hay que pasar página”, zanja. “Aunque yo no me he olvidado de nada”.

Abou Sangaré, el mecánico guineano que conquistó el cine francés: “No me concedieron los papeles hasta que salí en una película” | Cultura
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