
Gonzalo Celorio es, déjenme decirlo, el mejor contador de historias que ha dado la literatura de esta lengua al menos en los años fértiles de la generación que representa este mexicano de tantos sitios. Cualquier cosa que ocurra en su escritura, volátil y animada a la vez, tiene la esencia de su primer descubrimiento grande, el que aconteció cuando Julio Cortázar lo despertó a la ficción y él agarró esta como si él estuviera conviviendo con Julio y con sus libros. No hay un libro suyo, de Celorio, que no provenga de la imaginación, y no hay tampoco ni uno solo que no esté repleto de realidad. Es, además, un hombre con un sentido del humor que hereda el de Monterroso o el de Tomás Eloy Martínez. Ellos transitan por los vericuetos de los que viene el boom. Esa literatura latinoamericana, que es también de raíz española, tiene ahora en las estanterías del Cervantes un honor en este nombre propio que es, además, el del hombre que mejor ríe en el universo de estas literaturas. Celorio hizo leyenda de aquel encuentro que nunca se produjo con Cortázar. Este se le apareció en sus primeros sueños literarios, y después, cuando quiso encontrarlo de veras, aquel Cortázar de su alma, y de su invención también, el autor de los Cronopios se iba por otros derroteros. El nuevo Cervantes inventa hablando, pero cuando empiezas a escuchar lo que parecen bromas, como ocurría con Onetti, resulta que todo lo que dice también pasó en su vida. Y en la de su familia, casi toda la cual ha sido novelada por él.Ese Celorio que inventa (o reinventa) a Cortázar hubiera sido también el que llevaría sus propias historias familiares, las de Las lindas cubanas, por ejemplo, a ese mundo de las tres culturas (la mexicana, la asturiana, la cubana) de la que se ha hecho acompañar no tan solo como un prosista que reinventa a partir de su familia sino también aquel que trabaja la escritura en función de los sueños que le ha dado la vida.Convencido de que la literatura es compañía, o cercanía, Celorio ha trabajado la memoria propia yendo y viniendo a los lugares de los que provienen los suyos. Estos son también la esencia de la que viene su literatura, además de aquella que cultiva hablando, pues Celorio es un hablador que calla, y que ríe, y en todas esas especialidades (hablar, reír) siempre tiene lugar para introducir una sintaxis que tiene lo mejor de la Academia. Como otros grandes contadores de la lengua (Vargas Llosa, Gabriel García Márquez), se ha basado siempre en la realidad para llegar a las conclusiones a las que obliga la ficción: todo puede ser verdad, sobre todo aquello que no es verdad. Leer sus libros, los que ahora saldrán de nuevo a las estanterías, ha sido siempre un modo de comprobar que además de ser tan memorioso como Funes es, también, tan generoso como el editor que fue. Además, ha tenido la suerte española (y latinoamericana) de haber sido muy pronto, en ese ámbito, autor de Tusquets. Beatriz de Moura, que de algún modo se alegrará ahora del triunfo cervantino de su autor, lo puso siempre en lo más alto de sus preferencias, y decir eso de Beatriz es explicar lo difícil que ella siempre ha puesto su listón de exigencia. Gonzalo Celorio vive en una literatura que se parece a él. Ahora se sentirá raro, siendo premiado con tanta alcurnia, y de una manera u otra lo celebrará con los suyos, muchos de los cuales ya no están, pero, como Cortázar, no dejarán de estar en la alegría con la que él mismo celebró la alegría de los otros.
			Celorio y la alegría de encontrar a Cortázar | Cultura
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