
Bajo un cielo de mercurio, la bandera roja con cinco estrellas flamea a media asta. Centenares de personas vestidas de oscuro aguardan en perfecta formación como un ejército de sombras. Entre ellos hay militares, policías, estudiantes de mejillas sonrosadas y jóvenes pioneros con la pañoleta al cuello. Todos llevan una flor blanca prendida del pecho como una herida abierta y pálida. Erguidos y en silencio, apenas mueven un músculo mientras una voz repite por megafonía instrucciones para asegurar la “solemnidad” de la “ceremonia de conmemoración nacional”, que va a ser retransmitida. El acto está a punto de empezar. La voz pide mantener “una actitud recogida, un porte adecuado”; que aplaudan “tras el discurso de los camaradas dirigentes”, nunca antes; que canten “en voz alta” el himno nacional; que permanezcan callados durante el minuto en recuerdo por “las víctimas en Nanjing”. Es sábado 13 de diciembre en la antigua capital de China. El frío probablemente sea similar al del mismo día de 1937 ―exactamente hace 88 años―, cuando las tropas imperiales de Japón, bajo las órdenes del comandante general Matsui Iwane, entraron en Nanjing e iniciaron uno de los episodios más brutales del siglo XX. Durante seis semanas, los soldados nipones masacraron a población civil indefensa, ejecutaron prisioneros de guerra, violaron a mujeres, redujeron la ciudad a escombros. Las estimaciones de asesinados han sido grabadas en varios idiomas en los muros negros del museo dedicado a la matanza, donde se celebra la ceremonia: “Víctimas: trescientas mil”. Nanjing conmemora cada 13 de diciembre la matanza para que no caiga en el olvido. El episodio es, además, una de esas heridas que sigue envenenando las relaciones entre Japón y China. El reciente rifirrafe diplomático entre Pekín y Tokio bebe de estos recelos históricos. Las tensiones entre vecinos llevan un mes calentándose después de que la primera ministra nipona, Sanae Takaichi ―ultraconservadora, de corte nacionalista, y defensora de un Japón con mayor empaque militar― sugiriera que un intento del gigante asiático de bloquear o apoderarse de Taiwán podría suponer “una amenaza existencial” para su país, lo que justificaría el despliegue de las Fuerzas de Autodefensa japonesas (el Ejército nipón). La isla autogobernada, a la que China considera una provincia rebelde, es una línea roja para los líderes comunistas. Pekín ha replicado enfurecida, con medidas de presión económica y cultural, a lo que se ha sumado esta semana el más peligroso terreno militar. China ha desplegado maniobras marítimas y aéreas en zonas sensibles para Japón; Cazas chinos han volado acompañados de bombarderos rusos con capacidad nuclear a lo que Japón ha respondido desplegando sus aviones de combate junto a aeronaves estadounidenses igualmente preparadas para la guerra atómica. El sábado, un día de luto en China por la matanza, la prensa estatal censuraba el comportamiento del Gobierno vecino: “Mientras lloramos profundamente la pérdida de nuestros compatriotas caídos, debemos reconocer claramente que el espectro del militarismo japonés no ha desaparecido y ahora muestra peligrosos signos de resurgimiento”, subrayó un editorial del nacionalista Global Times, vinculado al Partido Comunista chino. El texto equiparaba “la agonía de Nanjing” con las matanzas de judíos en Auschwitz. La ceremonia por el holocausto chino arranca a las 10.00 con la multitud cantando el himno nacional. A las 10.01 comienza el minuto de silencio mientras resuenan por toda la ciudad las sirenas antiaéreas en señal de duelo. Los coches también están obligados a parar y tocar sus bocinas, cuyo eco llega hasta el memorial como un lamento. En 1937, esta urbe, que había albergado varias dinastías imperiales, era la capital de la República de China y la sede del Gobierno nacionalista de Chiang Kai-shek. Las tropas niponas lanzaron un primer bombardeo en agosto. En diciembre la sometieron tras un breve asedio. Eran los primeros compases de lo que en China denominan la Segunda guerra sino-japonesa (algunos historiadores sitúan su inicio en 1931), una contienda que se entremezcla con la II Guerra Mundial y concluye en agosto de 1945, con la capitulación japonesa.El sufrimiento chino en esta conflagración es casi inimaginable, y no demasiado conocido en Occidente: Hollywood no lo ha tratado apenas, pero de China han salido varias películas sobrecogedoras, como Ciudad de vida o muerte (2009). Murieron unos 35 millones de personas durante la guerra, según cálculos de académicos chinos. En Nanjing, uno se puede sumergir en ese túnel del horror. El lugar donde se celebra cada año el acto conmemorativo es un museo que recibe miles de visitas: las escaleras descienden, como si uno se adentrara en una cripta, y el entorno se vuelve cada vez más oscuro. Las galerías en penumbra están a rebosar de personas con flores blancas en la mano. Los paneles introducen poco a poco la invasión japonesa; se oye el sonido de ametralladoras, los aviones y las bombas; se atraviesa la recreación de una esquina reventada de la ciudad. El epicentro del museo es una fosa común. Los huesos de los ejecutados han sido parcialmente desenterrados. Las miradas se detienen ante las osamentas. “Esto es real”, dice allí un hombre que lleva a su hijo de la mano. Le sigue una sucesión de fotografías perturbadoras: víctimas quemadas, decapitadas, enterradas vivas, disparadas a quemarropa, cráneos reventados, cuerpos y más cuerpos tirados como trapos. Hay una aglomeración de gente en el apartado “atrocidades sexuales”, donde supervivientes ancianas relatan cómo fueron violadas hasta la extenuación, y usadas como “mujeres de consuelo”, ese eufemismo con el que el ejército nipón denominó una depurada maquinaria de esclavas destinadas a satisfacer a los soldados. En la ciudad hay otro museo especialmente dedicado a las cerca de 200.000 chinas forzadas durante la invasión; esa otra exhibición es muy detallada: tiene hasta ejemplares de condones que usaban los japoneses. El museo de la masacre reserva un panel para criticar a Japón por negar la magnitud de la matanza. Relata también el juicio en el Tribunal Militar Internacional establecido en Tokio en 1946 que condenó a varios oficiales japoneses por crímenes de guerra. El comandante general Matsui Iwane fue sentenciado a morir en la horca. “Olvidar la historia es un acto de traición, y negar un crimen solo provocará que vuelva a repetirse”, dice un panel al final del memorial. Otro subraya que el objetivo por el que se celebra cada año el acto conmemorativo es recordar que las personas de “buen corazón” creen en la paz: “No pretendemos prolongar el odio. Los pueblos de China y Japón deberían vivir en amistad”, destaca.A la salida, un puesto sirve cafés en vasos que rememoran la victoria china, con el titular de un periódico de la época impreso: “¡Japón se ha rendido!“. Guo Yuzhen, un ingeniero de 29 años, y Ren Chenji, un estudiante de 22, le hacen fotos a los envases que llevan en la mano. “Este episodio de la historia nos trajo un coste enorme y profundamente doloroso, por eso debemos recordarlo siempre”, cuentan. Repiten una frase que, según dicen, se ha popularizado: “Compatriotas, sigan avanzando, no miren atrás; a la salida hay luz, el calor de la vida cotidiana y un país en paz y prosperidad. Pero no olviden que en el camino recorrido hubo agravios contra la nación y sufrimiento del pueblo”. Creen que en Japón seguramente querrán olvidar esta “mancha”. “En China no podemos”. En los últimos años, Pekín reivindica un mayor reconocimiento de su rol en el flanco asiático de lo que llama la “guerra antifascista mundial”, frente a los japoneses. En septiembre, celebró con un desfile militar gigantesco el 80º aniversario de “la victoria en la Guerra de Resistencia del Pueblo Chino contra la Agresión Japonesa”. Este tipo de fechas han cobrado protagonismo tras la llegada al poder de Xi Jinping, en 2012, para quien una de las grandes amenazas es el “nihilismo histórico” que corroyó a la Unión Soviética. En 2014, el mandatario presidió la primera ceremonia conmemorativa de la matanza de Nanjing. “Cualquiera que intente negar la masacre no será tolerado por la historia, las almas de las 300.000 víctimas fallecidas, los 1.300 millones de chinos y todas las personas que aman la paz y la justicia en el mundo”, dijo entonces.“Este atroz crimen contra la humanidad es un hecho histórico que no se puede borrar”, proclamaba el sábado Shi Taifeng, miembro del Politburó, uno de los órganos de mayor poder del Partido Comunista. El dirigente es el encargado de dar el discurso de este año en Nanjing. Afirma que la crueldad de los agresores japoneses “pisoteó los fundamentos de la civilización humana”, pero despertó el espíritu de lucha del país. “La gran victoria del pueblo chino en la Guerra de Resistencia contra Japón también ha contribuido enormemente a salvaguardar la paz mundial”. Cita a Xi ―“Debemos potenciar la conciencia histórica”― y destaca el desarrollo del gigante asiático, que sirve para recordar una de las lecciones aprendidas: “Seremos derrotados si nos quedamos atrás”. Deja un mensaje con carga política: “Cualquier intento de resucitar el militarismo, desafiar el orden internacional posterior a la guerra y socavar la paz y la estabilidad mundiales jamás será aceptado”. Hay aplausos tras sus palabras. Luego, un coro formado por decenas de jóvenes declama un poema dedicado a la paz: “Los invasores japoneses asolaron la tierra / saqueando, incendiando y matando / cadáveres cubrieron los campos / la sangre tiñó el Yangtsé”. El acto concluye con la suelta de centenares de palomas que se pierden en el cielo plomizo de Nanjing.
China rememora la masacre de Nanjing en medio de crecientes tensiones con Japón | Internacional
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