Rothschild, Hermès, Peugeot, Dassault, Lagardère… Estos apellidos se han convertido en marcas mundialmente conocidas, pero tras estas leyendas del capitalismo francés hay historias de familias atormentadas por el peso de la sucesión y sentimientos descontrolados que pueden acabar con la empresa. “Es el principio de la humanidad. Los seres humanos no son máquinas: hay padres que no pueden evitar aplastar a sus hijos, grandes empresarios que saben cómo dirigir a miles de empleados, pero no cómo comportarse ante sus hijos”, reflexiona la periodista de Le Monde Raphaëlle Bacqué, autora, junto a Vanessa Schneider, de una investigación sobre la transmisión del poder en las familias más ricas de Francia, recogida en dos tomos convertidos en bestsellers.La investigación comenzó a raíz de la biografía que Bacqué dedicó a Karl Lagerfeld, diseñador de Chanel durante más de 30 años, que inspiró una serie de Disney en 2024. Para el libro, Bacqué entrevistó a Bernard Arnault, presidente del conglomerado de firmas de lujo LVMH y el hombre más rico de Francia. Le encontró haciendo deberes de Matemáticas con su hijo pequeño. “Es raro que un dirigente de su nivel haga eso. Le dije que me encantaría indagar sobre cómo educaba a sus herederos. Tardamos dos años en convencerle”, cuenta la periodista en declaraciones a EL PAÍS.Más informaciónLa de los Arnault es quizá la historia más serena de Successions (Albin Michel, sin editar en España), un título que homenajea a la exitosa serie protagonizada por Brian Cox. Entre relatos descarnados, Arnault parece haber comprendido que una familia unida es un imperio más difícil de perforar. “Es quien más ha reflexionado en la sucesión, también en términos psicológicos, buscando equilibrio entre sus hijos para eliminar cualquier rastro de celos y rivalidad”, asegura Bacqué. Ella lo sabe bien: observó con detalle a otras familias. Así, identificando al eslabón débil en la cadena de Hermès, Arnault fue adquiriendo silenciosamente un porcentaje de acciones que casi dinamita la cohesión de ese clan. El traidor fue un primo, Nicolas Puech, exiliado fiscal en Suiza, que rompió la unidad de la familia Hermès, símbolo por excelencia del lujo francés, vendiendo acciones al patrón de LVMH, su peor enemigo.Las periodistas Raphaëlle Bacqué y, a la derecha, Vanessa Schneider en una imagen cedida promocional. Samuel Kirszenbaum para Albin Michel“¡Me lo estás quitando todo, hasta el nombre!”Hay historias con gracia, como la de Édouard Leclerc, que con su cadena de supermercados revolucionó el comercio minorista con precios bajos. Leclerc, obligado a dar un paso al lado por el alzhéimer, no llevó bien el ascenso de su hijo, que unió su nombre al de su padre (Michel-Édouard Leclerc) en un homenaje que no le sentó nada bien: “¡Me lo estás robando todo, hasta el nombre!”, le reprochó. No soportaba que la prensa y los ministros franceses llamaran a su hijo en lugar de a él.Un psicoanalista haría un buen libro sobre las historias familiares que recoge Successions, como la caída en desgracia del grupo Lagardère, creado por Jean-Luc Lagardère. Este capitán de la industria francesa, clave también en los medios, no supo ver que su hijo Arnaud no compartía su ambición. Tras un divorcio tormentoso, Lagardère logró la custodia del niño, que creció rodeado de caprichos (Arnaud presumía de no haber cogido nunca un avión de línea). Jean-Luc murió repentinamente en 2003 sin haber atado el traspaso, dejando a su hijo al frente en lo que se ha convertido en un caso emblemático de sucesión fallida.Jean-Luc Lagardère y su hijo Arnaud, tras una rueda de prensa en 1993. Alain BUU (Gamma-Rapho via Getty Images)“Los lectores más asiduos de nuestros libros son las propias familias. Nadie leyó con más atención el primero que las solicitadas para el segundo”, asegura Bacqué. Familias que viven en los mismos barrios, amarran sus yates uno junto a otro y se consultan entre sí para proteger su legado. Con excepciones, casi todas abrieron las puertas a Bacqué y Schneider, aunque solo fuera para dar su versión de los hechos. Algunos clanes tardaron años en aceptar o rechazaron participar, como Alain y Gérard Wertheimer, propietarios de Chanel. Mientras Arnault es un blanco visible en manifestaciones contra los recortes sociales en Francia, los Wertheimer permanecen en el anonimato. Una exdirectiva de Chanel cuenta en el libro cómo a Alain le denegaron la entrada a un desfile porque se había olvidado la invitación. Nadie creyó que ese hombre anónimo fuera el propietario de la firma.Traumas de familiaHay historias traumáticas, como la de los Ricard, propietarios de una de las mayores empresas de bebidas alcohólicas del mundo. A muchos de estos grandes jefes —casi todos hombres— les cuesta ceder el testigo, pero algunos fueron incapaces de hacerlo incluso después de dejar la empresa. Es el caso de Paul Ricard. Quizá arrepentido, fue empujando y desautorizando a su hijo Bernard, que solo duró tres años en el cargo. Dejó la dirección y se alejó de la familia durante años. Un trauma que los herederos han tratado de curar. En 2012, el hijo de Bernard, Alexandre, fue nombrado presidente del grupo, convirtiéndose con 43 años en el dirigente más joven del CAC-40 de París.Las historias de otras sagas dejan un sabor amargo al lector, que puede llegar a ver como un alivio no tener tantos millones en la cuenta y haberse ahorrado ciertos dramas. Es el caso de los Barrière, propietarios de casinos y hoteles. Sus hijos renunciaron al apellido de su padre, Dominique Desseigne, despojándolo de sus cargos y acusándolo de haber despilfarrado la herencia de su madre, fallecida cuando eran niños.Sophie Desserteaux y Jérôme Seydoux en el estreno de ‘Megalopolis’ en el festival de cine de Cannes, el 16 de mayo de 2025. Stephane Cardinale – Corbis (Corbis via Getty Images)El terrible Jérôme Seydoux, productor y director de la compañía cinematográfica Pathé, tampoco ha sido capaz de gestionar su sucesión. Abandonó a su familia a finales de los ochenta para casarse con la mujer de su mejor amigo, Christophe Riboud, fallecido un año antes. Riboud era hijo del empresario Jean Riboud, histórico presidente de Schlumberger, propiedad de la familia materna de Seydoux. A principios de los setenta, Seydoux fue contratado como administrador del grupo, pero Jean Riboud lo despidió un año después: no estaba a la altura. Esa herida en el orgullo le motivó a independizarse y crear el grupo Pathé. Quince años más tarde, se casaba con la viuda del hijo de Riboud.El industrial Vincent Bolloré también estuvo a punto de hacer saltar por los aires su familia tras dejar a su mujer por la hermana de esta e irse a vivir con su cuñada y sus sobrinos. Le costó años recuperar la confianza de sus hijos.El francés de a pie ha descubierto con estos libros —el primero salió en 2022 y el segundo a finales de 2024— que en todas las familias cuecen habas. Pero que cuanto más dinero, más histérica se vuelve la relación. “Lo vemos en las firmas de ejemplares. El éxito del libro es que remite a cada uno a su propia familia. Pocas tienen un patrimonio tan elevado, pero eso no importa: los celos, la rivalidad entre hijos, el vástago menospreciado, las familias recompuestas… se ve en todas partes. La gente no lo lee para conocer la vida de los ricos, sino para ver cómo lo han gestionado otras familias”, dice Bacqué, que reflexiona ya sobre un próximo tomo dedicado a grandes familias europeas. Para ella, el dinero es solo la consecuencia: lo que cuenta es el poder. “No es el patrimonio lo que importa, sino la sensación de justicia, de haber sido querido. Es una historia de poder y, por tanto, de sentimientos, porque transmitir el poder es transmitir un poco de lo que somos”.

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