En aquella época a muchos de los animales que llegaban a Martioda se les ponía nombre. A la osa la llamaron Pecas por los dos lunares en el cuello que tuvo al nacer. Al lobo de apenas cuatro meses al que habían salvado de una muerte segura en una batida en Zamora lo habían bautizado Bronqui por su indisimulable mala leche. Andaba por allí un mono llamado Patxi que había sido en su día un regalo para un niño enfermo de leucemia. Estaba el guacamayo que se las piraba durante el día pero al atardecer respondía al grito de Pancho y se posaba sobre una percha para volver a casa. También formaban parte de la familia la tejona Daisy, la garduña Tani o el gato montés Greti (tigre, con las sílabas al revés). Sin embargo, al milano empeñado en quitarle la boina a los paisanos del pueblo no le habían puesto nombre.Todos ellos eran animales que habían sido recogidos en los primeros años del Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de Martioda, un pequeño pueblo a poco más de diez kilómetros de Vitoria. Un hospital para animales que este 2025 está celebrando su 50 aniversario y que ha recibido más de 20.000 animales en todo este tiempo. Ahora hay muchos centros como el de Martioda repartidos por España, pero en sus inicios, el centro fue pionero: llegaban animales de muchas provincias del país e incluso el ICONA (el desaparecido Instituto para la Conservación de la Naturaleza) les mandaba algunos pacientes. Martioda era un nombre que casi todo el que andaba en el mundillo de la defensa de los animales en España conocía. Y sobre todo para su impulsor, José Ignacio Aresti. “Nuestro Félix Rodríguez de la Fuente particular, al que no se le ha dado el reconocimiento que debía”, comenta Andrés Illana, que fue voluntario en Martioda. “Sin Aresti, aquello no hubiera salido adelante”, añade Anto Aguilar, otro histórico trabajador que estuvo 22 años en el centro.José Ignacio Aresti era un delineante que trabajaba en la Diputación de Álava. Un enamorado de las aves rapaces que en 1974 había empezado a atender por su cuenta a animales malheridos. Un año antes había entrado en vigor una nueva legislación y especies que hasta entonces eran consideradas alimañas habían pasado a estar protegidas. Fue todo un cambio y surgió la necesidad en España de centros en los que atender a los animales heridos. Aresti abrió el centro en 1975 en una antigua escuela de Vitoria, luego tuvo que trasladarlo a la casa de un caminero. También estuvo en unos viveros. De aquí para allá sin una sede permanente. En 1978, Aresti consiguió que la Diputación alavesa asumiera la actividad del centro, pero la falta de un lugar estable seguía siendo un problema. Aresti incluso se hacía cargo de los animales en peor estado en su propia casa. “La convivencia diaria de mi familia con animales tales como azores, halcones, etc… parece más bien un experimento de ciencia-ficción que la realización de una actividad de la Diputación”, escribía en una carta dirigida a la institución para reclamar un espacio adecuado en el que asentar el centro.La Diputación alavesa atendió finalmente sus peticiones y la ubicación elegida fue una vieja casa en el pueblo de Martioda. “Era una casa en ruinas y usábamos las habitaciones para tener a los animales. Entonces no había más que una halconera”, explica Andrés. “Recuerdo dormir en el piso de arriba en una cama vieja y escuchar toda la noche como corrían las ratas por el techo”, rememora Anto. No había agua caliente y tenían que ir a pedirla a los vecinos del pueblo cada mañana para poder llenar los biberones con los que alimentar a los cachorros. A Andrés y Anto todo aquello no les molestaba demasiado. Eran unos críos de 14 años que, al salir del colegio, iban en bicicleta hasta Martioda a echar una mano. No fueron los únicos. Por allí pasaron muchos voluntarios y trabajadores que después terminaron creando empresas de educación ambiental, o formaron parte de asociaciones naturalistas. El propio Andrés Illana es portavoz del colectivo ecologista Ekologistak Martxan.Martioda recogía todo tipo de animales: “Como no había otros centros, nos mandaban animales de otras provincias y entraban mamíferos, reptiles, pero la mayoría eran rapaces”, dice Anto, “Al principio, la mayor parte de los animales llegaban con heridas por disparos”, comenta Andrés. Otros habían sido atropellados o chocado contra tendidos eléctricos. Un día les llegaron un montón de animales que habían estado a punto de morir en un zoológico que se había intentado montar cerca. Entre ellos, una boa que se convirtió en estrella del centro durante un tiempo.Búho real en Martioda, en un control en la sala de curas del centro.Javier Hernandez JuanteguiEn aquellos años el centro se abría a las visitas escolares casi todos los días de la semana. No era lo más recomendable para la recuperación de los animales pero fue toda una escuela de concienciación sobre la naturaleza. “Prácticamente, toda Vitoria pasó por allí; en ciertas generaciones se creó una conciencia con los animales que no existía hasta entonces”, dice Andrés. José Ignacio Aresti abandonó Martioda para montar un parque educativo con animales en Sobrón, en la orilla del Ebro, al sur de Álava. En 2001, Aresti murió atacado por los dos osos a los que cuidaba en el parque.El Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de Martioda ha cambiado mucho desde su apertura. Ya no se permiten las visitas. Tampoco los animales exóticos o aquellos que son irrecuperables. Además de curar animales, ahora también se dedican a ayudar en la investigación de delitos ambientales y a controlar la aparición de enfermedades emergentes como la gripe aviar. “También colaboramos con proyectos de recuperación de animales en estado crítico como el visón europeo, el águila de Bonelli o galápagos locales”, explica Patricia Lizarraga, veterinaria del centro.La vieja casa sigue en pie, pero donde dormían los buitres ahora hay unas oficinas y los ratones no andan por los techos sino encerrados en estabularios. Son la comida de algunos de los animales enfermos. En el centro hay ahora una UCI para los casos más graves. Y por los jardines hay diseminadas pajareras y voladeros de musculación donde se recuperan todo tipo de aves. Es invierno y no hay demasiadas. En verano, Martioda es un tronar de fauna.“Recibimos unos 800 animales al año”, explica Lizarraga en uno de los voladeros en el que Ricardo Gutierrez e Iñaki Galdós se las están apañando para atrapar a un enorme búho real al que hay que hacer un control rutinario. Mikel Salvador, el cuarto miembro del equipo, anda cerca haciendo unos arreglos de pintura en la casa. El búho no quiso ayer comer perdices y apenas ha ganado peso. 2 kilos y 79 gramos marca la báscula junto a la sala de curas donde se realizan las operaciones quirúrgicas. “No es preocupante”, dice Patricia. El búho llegó a Martioda en octubre. Había quedado atrapado en la valla de una casa en Lacervilla y tenía un ala destrozada y una falange rota. Pero está a punto de recuperarse. Para cuando se publique este reportaje, ya estará volando en libertad de nuevo.Mikel Salvador, trabajador del centro, en el estabulario en el que se guardan los roedores que luego se dan de comer a los animales enfermos del centro.Javier Hernandez Juantegui

El hogar de fauna silvestre de ‘Pecas’ y ‘Bronqui’ cumple medio siglo | España
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