La lluvia golpeaba Madrid con rabia y el Retiro temblaba bajo el peso de un cielo plomizo. Adentro, en el Foro Iberoamericano de la 84ª Feria del Libro, otra clase de cataclismo tenía lugar: la celebración de los 50 años del infrarrealismo, el movimiento poético que nació en México para volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial, del que se cumplen justo 50 años y del que ayer se organizó su primera celebración oficial.Más informaciónUn tal Roberto Bolaño creó el grupo, siempre con Mario Santiago al lado. Eran pocos. Eran poetas jóvenes, pobres, radicales, enloquecidos, que rechazaba las formas del canon (que en aquel México tomaba la forma de Octavio Paz, de Carlos Fuentes) y se volcaba en una escritura visceral, callejera, profundamente libre. “No surgimos de las universidades, sino de las calles, de los bares, de las caminatas, del temblor de una ciudad viva”, recordó, recién llegado de París, Jorge Hernández o, como le inmortalizó Bolaño en Los detectives salvajes, Piel Divina. “Queríamos dar otra palabra a la poesía. Una palabra del palpitar, de la gente que vende periódicos, que no tiene cabida en la poesía académica. Queríamos dar la antipalabra”, susurró, con su cadencia de bolero.“Los infras no aspiraban a formar escuela ni canon, cada uno buscó por su lado. No había directriz: el Papa no fue Bolaño. Nunca quisimos integrar la institución cultural”, contaba Piel Divina, flanqueado por otro de los detectives, el chileno Bruno Montané. “Era una forma única de vivir la poesía. En los gloriosos setenta Mario vivía casi como vagabundo, totalmente dedicado a la función del lenguaje: leía incluso en la ducha. Y Bolaño se quejaba porque los libros eran suyos, claro. No podías separar nuestras vidas de la poesía”, contó Montané. Algunos de esos poetas rabiosos vinieron a Barcelona (Bolaño, el propio Montané), otros se fueron a Estados Unidos, a París. Su estela se fue perdiendo, disgregando, aunque el hachazo que dejaron en la literatura fue grande. Montané, editor de Ultramarina, acaba de publicar en España Perros habitados por las voces del desierto, una compilación de los infrarrealistas que no debería pasar inadvertida. Montané —alto, con la memoria afilada— rememoraba también el inicio clandestino del movimiento, que nació en su casa, una sala oscura sin ventanas.Iván Vergara, Jorge Hernández ‘Piel Divina’, Bruno Monatané y Sofía Sánchez, ayer en la Feria.El homenaje en la Feria del Libro, titulado La fiesta que les debemos, fue más que un acto conmemorativo. Fue un reencuentro de voces, de memorias y de ausencias. Capitaneado por Iván Vergara, poeta mexicano afincado en España y creador hace ya 20 años de Placa (Plataforma de Artistas Chilango Andaluces) y por la investigadora Sofía Sánchez, autora de una tesis sobre el movimiento, se recordó al puñado de poetas que formaron parte del movimiento: además de Bolaño, Santiago y los propios Hernández y Montané, José Vicente Anaya, Rubén Medina, Mara Larrosa, Ramón Méndez Estrada, José Rosas Ribeyro, Claudia Kerik, pocos más. Los infrarrealistas nunca imaginaron que el movimiento dejaría huella. “Nos ayudábamos, corregíamos, vivíamos una inmersión poética. Nos robábamos versos… pero solo valía si los mejorábamos”, recordaba Montané con una sonrisa. El grupo nunca funcionó como colectivo estructurado: no había jerarquías, solo hambre de poesía, de vida y de verdad.La tarde derivó en noche y la noche en tequilas, como no podía ser de otra manera. Antes, bajo la torrencial lluvia que cubrió Madrid, el homenaje terminó con la lectura de un poema de Mario Santiago: 19 de septiembre de 1985. Dice así: “Crucé empeyotado los escombros / Miré mis espejos destrozados / El agua de mi ser hecha cascajo / Las familias de acá enfrente ya no existen / La metáfora cayó de sus andamios”. Se supone que habla de seísmos pero, aunque no lo pretenda, podría hablar perfectamente del infrarrealismo: el verdadero terremoto fueron ellos.

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