Según los últimos datos oficiales disponibles en España, correspondientes al año 2020, un 16,5% de los hombres mayores de 18 años y un 15,5% de las mujeres padecen obesidad. El estudio ENE-COVID, liderado por investigadores del Centro Nacional de Epidemiología del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) y de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN), incrementó esos porcentajes hasta el 18,7% en 2023; y la tendencia apunta al alza, si se tiene en cuenta que, según este mismo estudio, uno de cada diez menores y adolescentes presenta obesidad y un tercio sobrepeso.Un estudio reciente, publicado en la revista científica Nature Metabolism y liderado por el Centro Alemán para la Investigación de la Diabetes (DZD), el Instituto de Investigación Helmholtz de Múnich y el Hospital Universitario de Tubinga, ha encontrado que esta epidemia de obesidad podría tener su origen en el cerebro, debido la alteración de la sensibilidad a la insulina a nivel cerebral. Concretamente, según los resultados de la investigación, apenas cinco días ingiriendo comida basura (snacks, dulces, refrescos y otros productos ultraprocesados) son suficientes para que los patrones cerebrales de una persona sana pueden verse alterados tanto a nivel de resistencia a la insulina como a nivel del sistema de recompensa, que desempeña un papel activo en las elecciones alimentarias.Más informaciónEn el estudio alemán participaron 29 voluntarios, todos ellos hombres y de peso normal, que fueron divididos en dos grupos. El primer grupo siguió con su dieta normal. A esa dieta habitual, el segundo grupo tuvo que añadirle durante cinco días el consumo de 1.500 kcal adicionales en forma de productos altamente procesados y calóricos. Tras esos cinco días, los investigadores sometieron a los participantes a un examen que incluyó una resonancia magnética del cerebro. En él, los del segundo grupo mostraron un notable incremento del contenido graso del hígado y también una alteración en el área cerebral que controla la sensibilidad a la insulina. Siete días después, habiendo regresado ya todos los participantes a su dieta normal, se repitió el examen. Para sorpresa de los investigadores, los miembros del segundo grupo seguían mostrando en el cerebro una sensibilidad a la insulina significativamente menor, un efecto que, según los autores del estudio, hasta ahora solo se había observado en personas con obesidad mórbida.“Nuestros resultados muestran por primera vez que incluso el consumo a corto plazo de alimentos altamente procesados y poco saludables provoca graves cambios en el cerebro de personas sanas y que esto puede considerarse el punto de partida de la obesidad y la diabetes tipo 2. Suponemos que la respuesta de insulina del cerebro se adapta a los cambios a corto plazo en la dieta antes de que se produzca cualquier aumento de peso, lo que promueve el desarrollo de la obesidad y otras enfermedades posteriores”, apuntaba Stephanie Kullmann, autora principal del estudio, en una nota de prensa emitida por el Hospital Universitario de Tubinga.Pese a las limitaciones del estudio (pocos participantes, solo hombres, corto periodo de exposición), para Ana Belén Crujeiras, directora del grupo de Epigenómica en Endocrinología y Nutrición del Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago (IDIS) y vocal de la junta directiva de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO), los resultados de la investigación son “muy interesantes”. Y añade: “De alguna manera, estos datos, junto a los reportados por otros estudios hechos con anterioridad en modelos animales, parecen apuntar a que el desarrollo de la obesidad empieza ahí, en el cerebro, en el sistema del control del apetito”. Una opinión que comparte Irene Bretón, coordinadora del Área de Obesidad de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN): “Se habla de la obesidad como una enfermedad del tejido adiposo. Pero no, el tejido adiposo es el principal órgano diana. La obesidad es una enfermedad que se produce por una alteración de la regulación de lo que llamamos el balance energético y eso ocurre en el cerebro, en diferentes áreas cerebrales”.Actuar de manera precoz y regular la comida basuraEn una persona sana, la insulina tiene un efecto supresor del apetito en el cerebro. Sin embargo, en una persona con obesidad se produce lo que se conoce como resistencia a la insulina, que puede interferir en el control adecuado del apetito, provocando que el cerebro no reciba correctamente las señales de saciedad. ¿El resultado? Se tiende a comer más y peor, una combinación perfecta para la ganancia de peso.Las expertas consultadas muestran su preocupación por el hecho de que, tal y como demuestra el estudio alemán, estos cambios en el cerebro a nivel de insulina y del sistema de recompensa se produzcan de forma tan rápida, ya que podrían estar preparando de alguna forma al cerebro para patrones de alimentación poco saludables a largo plazo. “Vemos que, a pesar de que estas personas incluidas en el estudio vuelven a sus hábitos de alimentación anteriores, en el cerebro permanece esa adaptación a la sensibilidad a la insulina y ese cambio en el sistema de recompensa, que es lo que hace que vayas a comer más. La sensación es que, si se continuara mucho más en el tiempo con esa exposición a la comida basura, eso acabaría por desregular totalmente el sistema de control del apetito, que es lo que ocurre cuando ya se desarrolla la obesidad”, reflexiona Ana Belén Crujeiras.La portavoz de la SEEDO muestra especialmente su preocupación por los niños y las niñas que, ya desde edades muy tempranas, están expuestos a estos alimentos de forma más o menos regular. “Si observamos este efecto en el muy corto plazo, imagínate cómo puede llegar a ser ese efecto si estás consumiendo este tipo de alimentos desde la más tierna infancia”, añade. Crujeiras, en ese sentido, sería partidaria de regular la comida basura “de la misma manera que se está queriendo regular el consumo de alcohol o el consumo de tabaco, ya que nos está dañando de forma importante la salud y muy a corto plazo”.Una opinión que comparte Irene Bretón, que llama a no minimizar ni postergar decisiones: “Vemos que los cambios se producen muy rápido, así que tenemos que actuar de una manera muy precoz para prevenir la obesidad”. Para la médico de la Unidad de Nutrición Clínica y Dietética del Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid, esa precocidad es fundamental porque, además, la ganancia de peso induce cambios en el funcionamiento de los mecanismos que regulan el balance energético que luego no son fácilmente reversibles, ni siquiera comiendo sano. “Estoy segura de que, si este estudio hubiese continuado en el tiempo, es más que probable que algunas de las personas que ganaron peso por la sobrealimentación no pudieran perderlo con facilidad al haberse alterado esos mecanismos”, concluye.

La obesidad comienza en el cerebro: apenas cinco días comiendo comida basura bastan para alterar el sistema de recompensa | Salud y bienestar
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