Cynthia Bazán salió después de tres años de la cárcel y era como si el beige del uniforme se le hubiera quedado pegado. “Todavía no me queda claro, pero es como si la gente se diera cuenta, como si yo tuviera algo diferente”, dice esta joven de 27 años, que fue sentenciada a robo con violencia por “llevarse” 150 pesos de una tienda. Salió amnistiada en 2023 y se encerró en su casa. Tardó dos meses en volver a pisar fuera: “Y si salgo y estoy otra vez en el lugar incorrecto y me vuelve a pasar lo mismo y otra vez…”. Y otra vez la cárcel, el abandono, la explotación, los pagos por comer, por pasar lista, por un cubo de agua caliente, la lejanía de su hijo, de su madre, de ella misma también.En México hay unas 14.200 mujeres privadas de libertad. Son pocas en comparación con los hombres, solo el 6%, lo que orilla a que ni los espacios ni los programas ni la reinserción están pensados para ellas. Hay mujeres hacinadas en los módulos de penales mixtos o mujeres asfixiándose entre los muros de una megacárcel federal. Hay una mayoría de mujeres presas por delitos contra la salud —tráfico de drogas—, por secuestro o por hurto. Suelen ser el eslabón más bajo de la cadena del delito. El 40% de las que están en prisión no ha recibido una sentencia y muchas pasan años tratando de demostrar que son inocentes. Algunas no lo logran en la primera instancia y la espera se alarga como una sombra que se come a sus familias y a su salud.El Centro por los Derechos Humanos Zeferino Ladrillero calcula que, por ejemplo, la mitad de la población penitenciaria en el Estado de México está “injustamente presa”, es decir, sus delitos fueron fabricados, sus confesiones obtenidas bajo tortura o sus arrestos hechos sin orden de aprehensión. Cynthia se convirtió en una más de esa lista. También Maricela o Ruth. En plena campaña de los nuevos juzgadores para la elección judicial, las tres mujeres reiteran el estigma que les dejó unos procesos policiales y judiciales fallidos. En esos casos, no hay que sobrevivir solo a la cárcel, sino también fuera. Lo sabe bien La Cana, la organización que lleva nueve años peleando por los derechos de las mujeres en prisión y su reinserción con talleres y ayuda psicológica después.“Las mujeres en la cárcel reciben una doble sentencia: la del delito que se supone que cometieron y la sentencia social. Son castigadas por haber abandonado a sus familias, por no cumplir como cuidadoras, por haber ejercido un rol violento, por no haber permanecido en el hogar”, apunta Mercedes Becker, psicóloga y una de las fundadoras de la organización. Con este enfoque, La Cana contradice a una sociedad dolida y a un Gobierno punitivista, que celebran las sentencias largas o el aumento de la prisión preventiva oficiosa. “Una mujer cometió un delito y tú puedes juzgarla por eso, pero te cuenta su historia y fue una niña vendida desde los tres años o golpeada durante toda su vida. Entonces las oportunidades que reciben tienen que ser muchas porque las oportunidades que se les quitaron también fueron demasiadas”.Cynthia Bazán: “Cuando salí de prisión, mi hijo no me reconocía”Cynthia Bazán, de 27 años, en las instalaciones de La Cana, en Ciudad de México, el 7 de marzo.Nayeli CruzLa libertad de Cynthia Bazán tiene un precio exacto: 150 pesos y un paquete de cajetillas de tabaco. “Me encarcelaron por algo que no robé. Yo ni siquiera fumo”, se ríe, para quitar importancia a que pasó tres años en la cárcel acusada de robo con violencia y que ese fue, según la policía, el botín. Una recompensa que, además, debía compartir con el que era entonces su pareja y el conductor del Uber que los trasladaba. Según la carpeta de investigación, el 17 de junio de 2020, ellos estacionaron delante de una tienda en Nezahualcóyotl, en el Estado de México, agarraron un cuchillo de 18 centímetros y amenazaron con él a la encargada. Le robaron poco más de dos dólares para cada uno y se salieron. Sin embargo, el arma consignada no tenía huellas de ninguno de ellos y las cámaras de vigilancia no mostraban ningún asalto. Aun así, los defensores de oficio no lograron sacarla. Cynthia fue sentenciada a nueve años y obligada a despedirse de su hijo, que apenas tenía entonces tres años.“Yo sentía que se estaba repitiendo la misma historia”, explica la joven, que tiene ahora 27, “yo desde muy chica conocí un penal, porque mi papá estuvo en prisión. Yo vi como mi mamá se desgastaba por mi papá y conmigo chiquita. Entonces dije: “No, yo tengo que salir solita adelante porque yo no puedo darle otra preocupación a mi mamá, porque ella ya tiene a mi hijo”. No recibió una sola visita en los casi tres años que estuvo en prisión. Tampoco recibió un peso. La cárcel es cara y paga mal. Un cubo de agua caliente cuesta 30 pesos y por trabajar 16 horas al día en la cocina recibía 50 pesos. Eso orilló a Cynthia a lavar ropa, trastes, escaleras, a rafear y a tejer. Con el dinero pagaba la tarjeta para llamar tres veces al día a su hijo: “De mínimo para que no se olvide de mí por completo”.No lo logró del todo. Cuando Bazán recibió la amnistía en 2023, su madre y su hijo acudieron en la noche al penal de Neza Bordo a recogerla. “Mi hijo se me quedó viendo y no me reconocía. Sí me dolió demasiado porque perdí tiempo”, cuenta y solo ahí se quiebra. “Todavía no me va a considerar su mamá porque yo lo dejé en su etapa más importante. Sé que con el tiempo lo voy a lograr. Ese es mi motivo a para seguir”. Ahora ha montado un puesto de papelería y juguetes al lado de una escuela en la alcaldía Gustavo Madero, donde vive en Ciudad de México, para aprovechar el tiempo con él. En agosto lo quiere combinar y empezar a estudiar una carrera: “Quisiera que fuera derecho, por todo lo que vi ahí dentro”.Maricela Rodríguez: “Salí de la cárcel seis años después y ya no tenía nada”Maricela Rodríguez, de 59 años, en Ciudad de México, el 7 de marzo de 2025. Nayeli CruzPasó años Maricela Rodríguez preguntándole a Dios. Estaba encerrada en el penal de Santa Martha Acatitla, en Ciudad de México, y ya había perdido su trabajo, su casa, su familia, su libertad. Cuando la detuvieron era 2013, tenía 47 años y era administrativa de la Secretaría de Transportes federal. La acusaron de fraude, por unas irregularidades que había tenido su seguro. La sentenciaron a nueve años, por el agravante de estar “organizada”. “Estaban involucradas siete personas de la aseguradora, el ajustador, el servicio médico, el tesorero… Los conocí ya en el juzgado”, explica: “Yo me podía ir reparando el daño, me pedían 1,2 millones de pesos, pagaba y me iba. Pero yo decía: ‘¿Por qué voy a pagar algo que yo no robé?’. Yo quería demostrar mi inocencia”. Lo hizo. Tardó más de seis años.En prisión se dedicó a ocupar el tiempo, dice y enumera: trabajó en la biblioteca, puso un puestito de dulces, aprendió a tejer, a hacer chocolates y pasta francesa, estudió inglés y derecho, era maestra. “Tenía 40 alumnas”, presume contenta, “les enseñaba a leer, a escribir”. Maricela aguantó la espera con la ayuda de su madre y de sus hermanos, que la visitaron sin falta cada domingo, que le llevaban comida dos veces a la semana. Era la anomalía en unas cárceles de mujeres sin filas de espera. En octubre de 2020, le concedieron el amparo en el que era absuelta. Salió libre, pero sentía que el camino apenas empezaba.“No tenía casa, no tenía carro, no tenía marido. No tenía trabajo tampoco. No tenía dinero. No tenía nada. Entonces, ¿qué hacía?”, recuerda. Fue La Cana, cuenta, las que le tendieron la primera mano y también las siguientes. Le ofrecieron ayuda psicológica, le compraban sus chocolates y la formaron como tallerista. Desde entonces es ella quien visita Santa Martha, el penal de Nezahualcóyotl o el de Ecatepec. Enseña a las mujeres y las anima: “Chicas, miren, yo también estuve privada de libertad y vengo a demostrarles que sí se puede salir. Que sí podemos”. Maricela cuenta su historia sonriente y serena, con un lazo morado al pecho, con la lucha a cuestas de conseguir que le devuelvan su trabajo en la Secretaría, recién llegada de un evento al que la llamaron para contar su testimonio. “Yo solita le dije a Dios: ‘Ya sé por qué me mandaste”.Ruth Verónica: “Estar en prisión es como si estuvieras muerto, pero existiendo”Ruth Verónica, de 30 años, el 7 de marzo. Nayeli CruzLa historia es la de miles: estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Ruth Verónica salió una noche de abril de 2023 de un bar en Nezahualcóyotl, en el Estado de México. Estaba cansada y no pasaban los taxis. Un amigo le ofreció esperar, pero ella prefirió que les dieran ride otros amigos que pasaban por allí. Estaba muy cerca de su casa. En la esquina anterior, les dio el alto una patrulla: el coche tenía reporte de robo. Ruth y su amigo se fueron a prisión con las tres personas que les recogieron. Después de 72 horas de aislamiento fue trasladada al penal conocido como Neza Bordo.En la carpeta de investigación, los policías escribieron que el amigo de Ruth portaba una pistola y que ella vigilaba una farmacia. Ambos tenían videos de cámaras de seguridad y testimonios que probaban que estaban en otro lugar cuando ese coche fue robado. “Teníamos todo para salir luego luego. Pero no tuvimos una buena defensa”, explica. “Estar en prisión es como si estuvieras muerto, pero existiendo, el tiempo se detiene ahí adentro para ti. Porque para tu familia fuera sigue la vida, sigue, todo sigue, pero tú estás congelado”, resume.Su injusticia se corrigió cinco meses más tarde, en la apelación. Como salió primero con un bracelete en el tobillo aprovechó para hacer el curso de computación de La Cana, después ha seguido con el de maquillista, el de estilista y está terminando el de uñas. Es una de las 5.000 mujeres que cada año reciben talleres de la organización —que trabaja en 15 centros penitenciarios y también fuera—. Con eso le gustaría poner su propio local. Ella que fue mesera, lavaplatos, cajera en una refraccionaria de carros, ha conseguido la confianza que le faltaba. “Las chicas de La Cana me pusieron psicólogo, nunca había estado con uno”, cuenta.—¿Y qué te pareció?—Muy genial. Yo no soy la persona que era antes porque he aprendido muchas cosas. He aprendido a quererme, a valorarme yo, a ser alguien diferente. No le desearía ni a mi peor enemigo estar en la cárcel. Pero a mí me cambió la vida completamente.

La vida después de prisión para las mujeres en México: “Me encarcelaron tres años por 150 pesos que no robé”
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