Gloria Poyatos era todavía abogada de un sindicato cuando la trabajadora de un hotel de Lloret de Mar logró una sentencia “muy razonada” de invalidez permanente en el juzgado social. Tenía una fibromialgia grave con dolores en 18 de los 18 puntos que las pruebas médicas de entonces establecían para valorar este síndrome que afecta en más del 90% a mujeres. Pero el Instituto Nacional de la Seguridad Social recurrió y el Tribunal Superior de Justicia revocó la sentencia en poco más de un párrafo. La trabajadora perdió la invalidez y solo le quedaron dos opciones: o volvía a trabajar, o dejaba el empleo. Decidió lo segundo. No podía continuar y perdió el derecho al paro y a una indemnización después de 20 años en la misma empresa.De eso hace más de tres lustros. Ahora, Poyatos es magistrada de la Sala Social del Tribunal Superior de Justicia de Canarias, y no se cansa de hacer votos particulares en las sentencias que siguen negando a mujeres como aquella el suficiente grado de discapacidad por enfermedades que no pueden medirse con marcadores biológicos. El dolor crónico, en la mayoría de las ocasiones, es una sensación que no se puede objetivar con pruebas.El problema es que en los baremos para valorar las incapacidades de las enfermedades no están recogidas algunas como fibromialgia, fatiga crónica, migraña… “Curiosamente, las que no están son mayoritariamente enfermedades que recaen en las mujeres. Esto se traduce en una laguna legal, una ausencia que afecta en el acceso a las prestaciones, a las pensiones y a los beneficios que se pueden dar por ley. Es una discriminación indirecta”, razonaba Poyatos tras una ponencia sobre el tema en el Congreso de la Sociedad Española de Reumatología (SER), que se celebró la semana pasada en Madrid. No cree que sea casual: “Si fuera cosa de hombres estaría resuelto”.Existen herramientas legales para cubrir esta laguna, como las que esgrime la magistrada en sus votos particulares cuando no consigue convencer a sus colegas de tribunal, buscando por la vía de la asimilación con otras enfermedades sí reconocidas en el baremo, “una valoración efectiva de los efectos físicos, neurológicos o el dolor derivado de las mismas, porque, de otro modo, aquellas enfermedades que produzcan dolor continuo, incluso invalidante, paradójicamente, son invisibles a efectos discapacitantes”. Pero no siempre hay una jueza como ella en las deliberaciones. Cuando los magistrados se encuentran con enfermedades difíciles de objetivar, que no están en los baremos, la solución más sencilla es denegar derechos como la incapacidad o la invalidez.Los reumatólogos, sin embargo, tienen herramientas para diagnosticarlas, “pruebas validadas científicamente a las que no hacen caso los jueces”, protesta José Vicente Moreno Muelas, expresidente de la SER y perito médico en daño corporal. “Para condenar a alguien necesitan seguridades. Pero a veces son imposibles, porque si hay una fractura de fémur con una limitación anatómica, es fácil de medir. Un dolor no tanto. Tenemos estas pruebas, en las que confiamos reumatólogos de todo el mundo. ¿Si nos las creemos nosotros, por qué no se las creen ellos?“, se pregunta.Una de las claves es la subjetividad, intrínseca al dolor. El resultado de las pruebas son las respuestas que los pacientes dan a un cuestionario, escalas en las que puntúan sus sensaciones. Pero es algo similar a lo que sucede con padecimientos psiquiátricos como la depresión, que sí están en los baremos y que se ponen menos en duda, según los expertos consultados.Rafael Belenguer, expresidente de la Sociedad Valenciana de Reumatología ―y también perito―, lamenta que los jueces “no hacen ni caso” a sus informes. “Si alguien viene diciendo: ‘Tengo depresión mayor, quiero llorar todos los días. No me afeito, estoy harto, no quiero salir de casa y me quiero suicidar‘, el psiquiatra diagnostica depresión grave. Nadie lo discute. Si yo pongo que una paciente cumple todos los criterios, que le he pasado un cuestionario del impacto que tiene la fibromialgia en la vida diaria, en el trabajo… Cumple criterios de gravedad porque tiene más de 75 sobre 100 [en un índice de evaluación]. ¿Qué dice la ley? Pues nada”, lamenta. Tanto Moreno Muelas como Belenguer coinciden con Poyatos en que no es casualidad, que el hecho de que las pacientes con dolor crónico sean mayoritariamente mujeres invisibiliza el problema. También la depresión la sufren más ellas, pero no los suicidios (casi tres de cada cuatro son masculinos). “El juez no tiene ganas de aparecer en la prensa porque no jubiló a Fulano y después se tiró por el puente”, dice Belenguer.Los dolores como tales no suelen aparecer en las estadísticas como responsables directos del suicidio, pero causan muy a menudo cuadros depresivos, que sí son, en ocasiones, el preámbulo de las ideaciones autolíticas. Según el informe Dolor crónico y salud mental, que hace una revisión a la literatura científica sobre el tema, el 22,5% de las personas que viven con este padecimiento sufren depresión, y un 27,6%, ansiedad. Es una relación bidireccional: “El dolor impacta negativamente en la salud mental y una mala salud mental aumenta la percepción del dolor y favorece la progresión de la enfermedad”.El problema es que haya que llegar a una depresión, como si el dolor en sí no fuera suficientemente incapacitante, para dar credibilidad a ciertas dolencias. Belenguer les da un tirón de orejas a sus compañeros: “No cuesta nada en los informes, si es fibromialgia grave, poner que es grave. De lo contrario, con una evaluación privada, para el juez no es suficiente. Pero lo que sucede a menudo es que, como no existen fármacos para la fibromialgia, el reumatólogo lo deriva a que le siga tratando el médico de familia, y los tribunales interpretan esto como que están de alta y que no tienen gravedad”.Lo que aplica a fibromialgia, lo hace también a otros dolores crónicos. Existe una abrumadora evidencia científica de que el dolor es mayoritariamente femenino: en España lo sufre una cuarta parte de la población, un 30,5% de mujeres frente a un 21,3% de hombres. ¿Por qué? La investigadora Blanca Hernández, reumatóloga en el Servicio Andaluz de Salud, explica que subyacen tanto razones biológicas relacionadas con el sexo (inmunitarias y hormonales) como socioculturales que tienen que ver con el género: “Las mujeres van más al médico, se preocupan más por la salud, tienen menos miedo a manifestar el dolor”. Las pruebas que se han hecho con resonancias magnéticas muestran que la manifestación del dolor en función del sexo es distinta: aparece en diferentes zonas del cerebro, pero no se sabe exactamente cómo lo hace ni por qué, según Hernández. Lo que sí está claro es que la medicina ha operado durante años con una mirada masculina: los ensayos científicos se han hecho tradicionalmente en hombres, en los que las hormonas no interfieren en la misma medida que en las mujeres. Es algo que ha ido cambiando a lo largo de este siglo, pero los fármacos, por lo general, funcionan mejor en ellos.Además, como explica Poyatos en un artículo, “existe una subestimación del dolor cuando se trata de féminas, en relación con sus compañeros varones”. Menciona un estudio de 2008 que mostraba que en las unidades de urgencias de Estados Unidos, las mujeres deben esperar, en promedio, 16 minutos más que los hombres para recibir medicamentos después de explicar que tienen dolor abdominal, y tienen un 7% menos de probabilidades de recibir ese tratamiento como primera opción para calmar el dolor. “Al parecer, antes va el vaso de agua, tomar el aire, un ansiolítico, o un ‘cálmese”.Invisibilidad más allá de la medicina y justiciaNo son solo son la justicia y el sistema sanitario los que, a menudo, dan la espalda a quienes padecen dolores crónicos. También las instituciones. Loreto Carmona, miembro de Asociación Europea de Asociaciones de Reumatología, explica que, pese a que millones de personas padecen problemas músculo-esqueléticos, son “invisibles”. “Nos dimos cuenta de que en la Comisión y el Parlamento Europeo había concienciación sobre el cáncer, sobre las enfermedades cardiovasculares… Pero a nosotros no nos tomaban muy en serio”, relata Carmona. Fueron llamando a puertas. Los parlamentarios que llevan temas de salud no les hacían caso. Se dirigieron a los más enfocados en asuntos laborales, ya que este tipo de dolencias tienen un alto impacto en el trabajo: los trastornos músculo-esqueléticos suponen el 78% de las enfermedades laborales en España, según CC OO. Pero esta vía tampoco dio resultado. “Los de temas sociales mostraron algo de interés, pero no mucho”, continúa la reumatóloga. Así, fueron a parar a los de género. “Con la primera que hablamos nos dijo: ‘Pero, ¿qué me estás contando? Si sois un montón de personas en todo el mundo y tenéis una discriminación brutal. Sois invisibles porque sobre todo tenéis mujeres’. Hasta ese momento, no nos habíamos dado cuenta [de la razón]“, narra. También está reparando en este problema la propia SER, una sociedad de médicos que tratan mayoritariamente a mujeres que en 2023 estrenó su Observatorio de igualdad y que ha tenido en este congreso la primera mesa centrada en perspectiva de género: la que protagonizó la magistrada Poyatos. “Que esto no cambie”, reclamaba su presidente, Marcos Paulino.

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