La caza no pasa por su mejor momento. La actividad cinegética ha caído casi a la mitad (un 45%) desde 1970 y, en la actualidad, la mayor parte de los cazadores se encuentran entre los 60 y los 70 años, mientras que los jóvenes entre los 20 y los 30 representan apenas el 5% del colectivo, según indica un reciente estudio. Detrás de estos datos, se halla una falta de interés de la población joven por la caza, en medio de un creciente rechazo social. Muchas personas no entienden por qué se sigue disparando a los animales en el campo y menos aún a quien lo hace. Una cazadora enfermera e influencer de 30 años, una mujer que es la presidenta de la Federación de Caza de Valencia de 35, un empresario de una productora audiovisual de 28 y un ingeniero de 23, explican las razones por las que han decidido continuar con una actividad que suele venir de familia.Pilar Montero es, a sus 30 años, cazadora desde que tiene “uso de razón”, enfermera del Servicio de Salud de la Comunidad de Castilla-La Mancha e influencer de éxito en Instagram y Tiktok, donde cuenta con miles de seguidores. En sus vídeos y fotos aparece con rifles y escopetas, vestida con ropa de distintas marcas a las que promociona.“A mis seguidores les gusta la caza y el campo y cómo se lo cuento”, explica. Es de Valdeverdeja (Toledo) y ha continuado los pasos de su familia: su padre tiene una rehala de perros y su tío una industria de manufactura de carne de caza. Así se acabó dedicando “en cuerpo y alma a la caza”. Asegura que ser mujer en un mundo tradicionalmente masculino no le ha afectado porque “siempre me han tratado como un igual”. En la actualidad, existen unas 11.000 mujeres cazadoras, representan un 1,5% de las 750.000 licencias totales.A Montero le gusta tanto la caza menor, en la que, por ejemplo, se abaten perdices o conejos, como la caza mayor, aunque le absorbe mucho tiempo. Nunca se ha planteado cazar un lobo ni tampoco los conocidos como bigfive: rinocerontes blancos y negros, leones, leopardos y búfalos. “Al final soy de la generación Disney, entiendo que son animales sobre los que tiene que haber una gestión, pero me producen ternura, y los lobos son muy parecidos a los perros”, comenta.Nota el rechazo social en las redes. “Me dedico a ello, así que soy un objetivo facilísimo, se meten muchísimo conmigo por mero desconocimiento, no entienden que la caza debe existir para que el ecosistema que hemos invadido tenga un equilibrio. No se trata de disparar por disparar, si no estuviéramos nosotros deberían hacerlo funcionarios públicos”, considera.Esa desconfianza de la población hacia su colectivo le ha hecho ser “más precavida” a la hora de decir que es cazadora con desconocidos. Considera que existe una radicalización porque cuando ella era pequeña “tenía amigas que no cazaban y nadie se echaba las manos a la cabeza”.La misma sensación tiene Lorena Martínez, de 35 años, ingeniera forestal y la primera mujer que se convirtió en presidenta de una federación de caza, la valenciana. La pasión por las cacerías también le viene de familia; acompañaba a su padre desde pequeña por su pueblo, Enguera (Valencia). Tiene un hermano de 29 años, pero él no caza.Lorena Martínez Frigols, presidenta de la Federación de Caza de la Comunidad Valenciana, el 28 de marzo. Mònica TorresElla practica la caza menor y la mayor, sobre todo, la del jabalí. Siempre “en mi pueblo con mi padre y ya está”, aclara. La actividad cinegética ocupa un lugar “imprescindible” en su vida y en su desarrollo como persona. “Es necesario sentir una verdadera pasión, tienes que esperar a tener la edad suficiente para obtener la licencia de armas, invertir en el equipamiento, madrugar, con frío y con calor…”, comenta. ¿El coste? “Calculo que entre 1.500 y 2.000 euros anuales si vives en el pueblo”, responde.Tiene “suerte” de que en su entorno comprendan a lo que se dedica. “En mi cabeza la caza siempre ha sido una necesidad y ha estado justificada con planes cinegéticos, en los que se establece cuánto, qué especies y de qué manera se capturan para asegurar el equilibrio”, puntualiza. En caso de que se esté en un coto con sobreabundancia de especies, “tienes la obligación de realizar batidas”.Entiende a las personas a las que no les gusta, pero no a las que no conocen lo que es y la quieren prohibir “en un intento de privar de libertad a las personas, porque es legal”.Percibe el odio que genera su afición, sobre todo, en redes sociales. Tras una felicitación para el día del padre, por ejemplo, la federación recibió respuestas desagradables: “Enséñale a tu hijo a asesinar animales inocentes, maldito bruto sin educación”, “ojalá se le escape un tiro a tu hijo”. También arreciaron los mensajes ofensivos tras su nombramiento. Martínez asegura que consigue que no le “afecte nada”.Ignacio Ducay Ferré, de 28 años, en una jornada de caza. Ignacio Ducay Ferré, de 28 años, responde que él no se esconde. “Siempre digo que soy cazador, de primeras te pueden preguntar si matas por diversión, pero lo entienden mejor cuando explicas que no matamos, sino que cazamos, lo que implica que no abates a un animal sin sentido, sino con un fin, bien porque vas a aprovechar la carne o a contribuir a equilibrar el medio natural”, explica.No le viene de familia, vive en Madrid, pero de pequeño le llamaban la atención las cuadrillas que veía en el pueblo de Molina de Aragón, en Guadalajara, de donde era su abuelo. “Un día me ofrecieron acompañarles y fue un enganche total, tenía seis años, me lo encontré en el camino y ahora forma parte de mi vida”, recuerda.Una afición que se ha transformado en su medio de vida desde que fundó junto con un socio hace ocho años la productora audiovisual Young Wild Hunters. “Realizamos documentales centrados en educar y en entender la caza que vendemos a siete países”, detalla. Él abate animales tanto de caza menor como mayor: jabalíes, ciervos, corzos o machos monteses.Considera que la caza se ha adaptado al cambio social, aunque al mismo tiempo, piensa que ha habido un salto generacional de unos 20 años en el que “el cazador no ha comunicado la razón por la que se dedicaba a ello, la gente nace en las ciudades y los jóvenes se quedan con las noticias negativas que aparecen en los medios de comunicación”.Andrés Montero Palomo, vicepresidente de Jocaex (Jóvenes Cazadores Extremeños), el 27 de marzo en Cáceres.PACO PUENTESAndrés Montero tiene 23 años y es vicepresidente de la Asociación de Jóvenes Cazadores Extremeños (Jocaex), que cuenta con 1.600 miembros, todos menores de 30 años. La afición le llegó por su abuelo y su tío, a los que acompañaba con ocho años en sus cacerías por Deleitosa (Cáceres). Respeta a quien no le gusta, pero piensa que existe una mala interpretación. Él lo intenta explicar y suele tener cuatro o cinco conversaciones al mes con personas que no entienden que se dispare a animales.¿Y lo comprenden? “Bueno, de 20, unos seis lo empiezan a hacer. A veces, hasta los invito a una jornada de caza”, responde. Es ingeniero civil y estudia ingeniería de Caminos, Canales y Puertos. “De primeras”, nunca mataría a un lobo, pero “si está diezmando al ganado y me lo piden, lo haría”.En su casa el círculo de la caza se cierra en la cocina, donde su madre y su abuela preparan las piezas pequeñas. Si son mayores, se puede procesar al animal tras pasar por los controles veterinarios y consumirlo a lo largo del año o bien llevarlo a empresas cárnicas. De momento, continuará cazando por el control poblacional, pero si en varios años ve que “cambia la situación y que la caza no aporta nada a la naturaleza”, quizá se planteará dejarlo: “Pero, de momento no es así”.

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