Este artículo forma parte de la revista ‘TintaLibre’ de abril. Los lectores que deseen suscribirse a EL PAÍS conjuntamente con ‘TintaLibre’ pueden hacerlo a través de este enlace. Los ya suscriptores deben consultar la oferta en suscripciones@elpais.es o 914 400 135.Estaban ya en el turno de preguntas del congreso del periódico The Economic Times en Mumbai en 2023, cuando un inversor local le hizo la pregunta. ¿Cree que un equipo de tres brillantes ingenieros con un presupuesto de 10 millones de dólares podría hacer algo interesante en el marco de la Inteligencia Artificial? Sam Altman dijo: “No tiene ningún sentido competir con nosotros entrenando modelos fundacionales y nadie debería intentarlo, y su trabajo es intentarlo de todos modos”. Su respuesta se viralizó dos años más tarde, cuando un empresario chino llamado Liang Wenfeng presentó DeepSeek V3, un modelo de código abierto capaz de competir con Claude, Llama y GPT, los principales modelos de IA fundacionales, presuntamente armado por tres brillantes ingenieros recién licenciados y un presupuesto de 5,6 millones de dólares. Es gracioso porque es literal. Pero lo más interesante de esta respuesta es que contiene su habilidad para decir algo sorprendentemente agresivo y paternalista en un tono tan dulce y conciliatorio que parece un consejo, y después rematarlo diciendo exactamente lo contrario. Ese es el talento de Mr. Altman. Para bien o para mal, es un superpoder.El peor día de su vida El mundo en general conoció a Sam Altman en el peor día de su vida: 17 de noviembre de 2023. Por la mañana, el mundo era su ostra. Era el consejero delegado de OpenAI, la firma tecnológica más admirada del mercado. Su producto estrella, ChatGPT, había inaugurado y estaba liderando la Nueva Era de la Inteligencia Artificial. Tenía 800 empleados y un acuerdo multimillonario con Microsoft. Regresaba de una gira mundial en la que se había sentado con presidentes y primeros ministros de todo el mundo para explicarles cómo iba a ser el futuro. Todos dijeron que sí. Unos días antes había celebrado su primera conferencia de desarrolladores, la verdadera puesta de largo de un coloso tecnológico. Pero OpenAI tenía un mecanismo de gobernanza, diseñado por el propio Altman, capaz de despedir a cualquiera cuyo comportamiento o negligencia pusiera en peligro la misión: promover el desarrollo de una Inteligencia Artificial General que beneficie a toda la humanidad. Y ese día, su jefe de laboratorio Ilya Sutskever le informó de que la junta directiva lo había cesado como CEO porque “no había sido consistentemente franco en sus comunicaciones” y habían “perdido su confianza en él”. El periodo de tres días que sigue a esta llamada se conoce en la mitología del Valle como The Blip. Más informaciónSegún cuenta Karen Hao en su inminente retrato Empire of AI, Altman estaba en California atendiendo un congreso cuando recibió la noticia. Noqueado, dijo una frase de Frank Underwood en House of Cards: qué puedo hacer para ayudar. Sutskever le pidió que asistiera a la nueva CEO interina, Mira Murati, para garantizar una ordenada y pacífica transición de mando. Sam dijo que así lo haría, pero regresó dos días más tarde con un ultimátum: si la junta no le devolvía su puesto y presentaba la dimisión, OpenAI perdería la casi totalidad de sus empleados, Microsoft bloquearía su acceso a la infraestructura y sería demandado por algunos de sus principales inversores. Dos semanas más tarde, Time le nombró CEO del año. “Esto ha sido una experiencia loca nivel 10 sobre 10”, dice en su perfil. Nadie piensa que Sam Altman es una buena persona con defectos, o una mala persona con talentos. Su reputación no conoce el gris. Jack Kornfield, budista oficial de Silicon Valley, dice que “tiene un corazón puro”. Elon Musk dice que no es una persona de fiar. Satya Nadella, CEO de Microsoft, dice que es “un líder visionario”. En su discurso de agradecimiento por el Nobel de Física en 2024, el “padrino de la IA”, Geoffrey Hinton, dijo que estaba orgulloso de que su exalumno Ilya Sutskever lo hubiese echado de OpenAI. Fuera como fuese, la junta había escogido un mal momento para el golpe de Estado, porque estaban al borde de una venta de acciones que valoraba la empresa en casi 90 mil millones de dólares. OpenAI había repartido acciones entre sus empleados, una práctica común en empresas tecnológicas emergentes para atraer y retener talento antes de poder permitírselo. Pero también como mecanismo de motivación y de control del personal. En otras palabras, los trabajadores estaban a punto de hacerse ricos y no apoyarían ningún movimiento que quitara valor a sus acciones. Más importante todavía, Altman era el conseguidor de la empresa y, por lo tanto, el único interlocutor entre la firma y los inversores, los medios y Microsoft. Es un trabajo para el que está exquisitamente dotado, y que había perfeccionado durante años en la aceleradora de startups más famosa del mundo: YCombinator. La Madrina del Valle Altman acaba de cumplir 40 años, y es el primero de cuatro hermanos en una familia de clase media judía de St. Louis, Missouri. Según su propio relato, presenta el arco típico del héroe local, incluyendo un primer ordenador (Macintosh) a los ocho años con el que aprende a programar y una ingeniería informática en Stanford que abandona para lanzar una app de geolocalización social llamada Loopt. No le va demasiado bien (la venderá mucho más tarde por sólo 43,4 millones de dólares) pero le abre la puerta más importante de su vida. En 2005, Loopt es uno de los ocho proyectos seleccionados para la primera promoción de YCombinator (YC), la aceleradora original de startups. Nueve años más tarde, se convertirá en su director. Su predecesor y mentor Paul Graham, fundador de YC, dice que era la persona idónea para expandir el negocio porque “tiene un talento extraordinario para conseguir poder”. Una aceleradora de startups es una organización que ayuda a empresas emergentes con un paquete de capital inicial y tres meses de formación y acompañamiento intensivo. A cambio de acciones, los elegidos reciben talleres, acceso a redes de inversores y un evento público para presentar los proyectos. YCombinator, la pionera y la más codiciada del sector, ofrece un paquete estándar de medio millón de dólares a cambio de un 7% de participación accionarial y 375.000 dólares que se convierten en acciones bajo las mejores condiciones que la empresa consiga en el mercado. Es un negocio extraordinariamente rentable cuando capitalizas éxitos como Airbnb, Dropbox, Doordash, Stripe, Reddit o Coinbase. Altman demostró una habilidad sobrenatural para conseguir grandes sumas de dinero vendiendo proyectos que sólo existen en la imaginación, ganándose el favor de los inversores y el agradecimiento eterno de miles de emprendedores. También disparó su fortuna comprando acciones tempranas de algunas de las empresas más titilantes de cada promoción, de Uber a Soylent, pero también firmas de biotecnología y energías alternativas como Helion Energy, de la que es el principal inversor. Este es el momento que cambia su vida. Saldría de allí en 2019 con la cartera de un oligarca y las dotes de persuasión de un prestidigitador. Altman demostró una habilidad sobrenatural para conseguir grandes sumas de dinero vendiendo proyectos que solo existen en la imaginación, ganándose el favor de los inversores y el agradecimiento eterno de miles de emprendedores. También disparó su fortuna comprando acciones tempranas de algunas de las empresas más titilantes de cada promoción, de Uber a Soylent, pero también firmas de biotecnología y energías alternativas como Helion Energy, de la que es el principal inversor. Este es el momento que cambia su vida. Saldría de YCombinator en 2019 con la cartera de un oligarca, y las dotes de persuasión de un prestidigitador. En diciembre de 2015 lanza con Elon Musk un proyecto para hacer “avanzar la inteligencia digital de la manera más beneficiosa para toda la humanidad, sin estar limitados por la necesidad de generar ganancias económica”. En realidad, es una ofensiva contra Google, al que le roban talentos como Ilya Sutskever, cocreador de AlexNet, la red neuronal profunda que revolucionó el campo de la IA, e investigador estrella de Google Brain. Para marcar aún más la diferencia, se constituyen como una entidad sin ánimo de lucro, de código abierto, basada en la colaboración científica y lo llaman OpenAI. En 10 años se ha convertido en uno de los negocios más cerrados, lucrativos y peligrosos de Silicon Valley, exactamente lo opuesto de lo que anunciaron que iban a hacer. El talento de Mr. Altman entra en una etapa de máximo esplendor. El nuevo plan de dominación mundial Un perfil de la revista New Yorker le caracteriza como el Oppenheimer de su época, refiriéndose al director del laboratorio de Los Álamos que creó la bomba atómica, y pasó el resto de su vida arrepintiéndose y haciendo campaña por el desarme nuclear. La comparación beneficia exageradamente a Altman, que no es científico, o ingeniero, hacker o destructor de mundos, sino más bien un conseguidor eficiente y un vendedor sin escrúpulos. Pero refleja su campaña publicitaria, donde sugiere que la IA generativa es la energía atómica de la nueva era, porque es capaz de salvar el mundo, pero también de destruirlo. En una gira mundial donde se reunió con los presidentes y primeros ministros de docenas de países incluyendo España, Altman explicó que su empresa planea construir y liberar sistemas cada vez más peligrosos y que necesitaba dos cosas para garantizar que la superinteligencia sucede sin peligro para la humanidad. La primera es mucho dinero. La segunda es legislación. Altman pedía un tratado de no proliferación de la IA, con una agencia que controlara el desarrollo y uso de IA para que no pueda “autoreplicarse y autoimplantarse a lo loco”. La escala debía ser planetaria. “Estados Unidos debe liderar pero para que sea efectivo, necesitamos una regulación global”. La comparación que hizo el New Yorker con Oppenheimer, el creador de la bomba atómica, beneficia exageradamente a Altman, que no es científico, o ingeniero, hacker o destructor de mundos sino más bien un conseguidor eficiente y un vendedor sin escrúpulos. Pero refleja su campaña publicitaria, donde sugiere que la IA generativa es la energía atómica de la nueva era, porque es capaz de salvar el mundo pero también de destruirlo. Aunque no haya prosperado, la propuesta es también un escaparate de los superpoderes de Sam. Para empezar, utiliza un problema posible pero imaginario —el apocalipsis máquina, una hipótesis conocida como La Singularidad— para tapar los que ya está generando su propia empresa, incluyendo un gasto insostenible de agua, aire limpio y energía; y el robo masivo de Propiedad Intelectual. Segundo, un tratado de esas características favorecería el monopolio de los gigantes estadounidenses —Google, Meta, Microsoft, Anthropic y OpenAI—, pero cortaría las piernas a los modelos abiertos y colaborativos desarrollados en universidades y laboratorios públicos. Pero, sobre todo, muestra la creciente distancia entre lo que dice con sus palabras y lo que hace con su poder. Mientras se sentaba con los líderes occidentales y nos advertía de los peligros de la IA, pidiendo ser encorsetado por un marco regulatorio común, Atlman implementaba una feroz campaña de presión contra la ley europea de IA, a punto de ser aprobada por el Parlamento Europeo. Después pasó algo más importante: Trump ganó las elecciones con ayuda de su archienemigo, Elon Musk. OpenAI fue fundada en 2015 como organización sin ánimo de lucro, un laboratorio de investigación abierta en colaboración con empresas y universidades. Pronto descubrieron que entrenar modelos de IA era muy caro, y en 2019 fundaron OpenAI Limited Partnership, una entidad con ánimo de lucro capaz de ganar dinero y firmar un acuerdo comercial multimillonario con Microsoft. Además de una cuantiosa inversión económica, el gigante les ofreció acceso a Azure, la segunda infraestructura de Nube más grande del mundo, a cambio de poder integrar sus modelos en asistentes como Copilot o el buscador Bing. Esta colaboración les permitió reventar el mercado con un producto de código cerrado llamado ChatGPT. Para resolver la disonancia cognitiva entre su éxito capitalista y su fachada humanista, pusieron a la empresa bajo el control de la ONG, que fue la que despidió a Altman. Sobrevivir a Elon Musk Elon Musk había prometido financiar el proyecto con 400 millones de dólares, pero lo abandonó en 2018 sin poner el dinero, después de una guerra de poder contra Altman. En 2024, Musk emprendió una serie de acciones legales contra OpenAI por “violar sus principios fundacionales” convirtiéndose en un proyecto comercial con ánimo de lucro, y por aprovecharse de su buena fe. “Después de que Musk prestara su nombre a la iniciativa, invirtiera una cantidad significativa de tiempo, decenas de millones de dólares en capital semilla y reclutara a destacados científicos en inteligencia artificial para OpenAI, Inc., Musk y el objetivo fundacional sin fines de lucro fueron traicionados por Altman y sus cómplices. La perfidia y el engaño son de proporciones shakesperianas”, dijeron los abogados de Musk. No tenían buenos argumentos, pero pronto dejó de importar. Tres años después ganó las elecciones a la presidencia de los EE UU como la mano derecha del presidente. La prueba definitiva del talento de Mr. Altman es que, no sólo no ha sido desterrado por la ira de su vengativo archienemigo, sino que ha conseguido que el presidente le prometa 500.000 millones en dinero público para desarrollo de la IA, bajo un proyecto llamado Stargate. En esta temporada, Altman ha aparcado momentáneamente el apocalipsis para anunciar la inminente Inteligencia Artificial General (IAG). En sus propias palabras, “un sistema altamente autónomo que supera a los humanos en la mayoría de trabajos económicamente valiosos” porque es capaz de razonar, aprender y adaptarse como un ser humano y trabajar sin supervisión. Como todo, hay un objetivo oculto: independizarse de Microsoft. Su contrato estipula que el vínculo quedará roto cuando consigan implementar una IAG. Al mismo tiempo, su nueva junta directiva está eliminando los poderes de la ONG. “No nos estamos transformando en una empresa con ánimo de lucro —dice Altman. Quiero decir, no estamos seguros de que vayamos a hacerlo todo. Pero pase lo que pase, la organización sin fines de lucro seguirá siendo extremadamente importante; será quien impulse la misión y continuará existiendo. La junta está considerando muchas opciones sobre cómo estructurar mejor esta siguiente fase, pero la organización sin fines de lucro no va a desaparecer.”

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