El tratado comercial que México firmó con Estados Unidos y Canadá tiene uno de los capítulos de propiedad intelectual más estrictos del mundo. Uno donde no solamente están patentadas las innovaciones actuales, sino todas las innovaciones que pueden detonarse a partir de ellas.Al firmarlo, México aceptó respetar la propiedad intelectual hasta de lo que todavía no existe. Y con ello, como describiré en este ensayo, cerró la posibilidad de complejizar su producción y escalar en sus cadenas de valor.Ante el nuevo proteccionismo estadounidense, México se encuentra en una coyuntura nueva: debe detonar su mercado y pavimentar el éxito de empresas mexicanas. Pero no podrá hacerlo si revisa sus propios dogmas. Una protección inflexible de los derechos de propiedad beneficia a Estados Unidos, no a México.Propiedad de quiénEl argumento de Estados Unidos es que los derechos de propiedad fomentan la innovación y la productividad porque las empresas tienen mayor motivación para invertir en desarrollar nuevas tecnologías si pueden patentarlas.Las patentes, según esta visión, incluso favorecen a México y a otros países en vías de desarrollo, pues permiten que las empresas exporten tecnología con la tranquilidad de que no podrán robársela.El problema es que este argumento hace agua. Investigaciones empíricas recientes cuestionan fuertemente la lógica detrás de crear derechos de propiedad inflexibles. Primero, porque en los últimos 40 años no se ha encontrado que exista una relación directa entre tener derechos de propiedad estrictos y lograr un mayor crecimiento de la productividad. Y segundo, porque un descubrimiento cada vez más aceptado entre economistas es que los derechos de propiedad suelen ser mucho más favorecedores para los países ricos que para el resto.Para los países ricos, que cuentan con la mayoría de las patentes, los derechos de propiedad son garantía de ganancias monopólicas. Para el resto, no son más que una traba que les impide adaptar tecnologías previamente desarrolladas para construir innovaciones independientes.Esto es así porque innovar, al final del día, es como construir con legos. Muchos descubrimientos anteriores se utilizan para construir descubrimientos nuevos. Si todos los legos están estrictamente patentados –no solo en sus usos actuales, sino, como es en muchos casos, incluso en sus usos futuros–— innovar se vuelve una actividad exclusiva de un puñado.Tratado al deseo de Estados UnidosNo sorprende que los países desarrollados, particularmente Estados Unidos, sean promotores virulentos de la protección intelectual. Al firmar acuerdos comerciales, no solo demandan la extensión de la duración de las patentes, sino incluso limitar la capacidad de los países para negociar mejores precios con aseguradoras privadas.Lo que sorprende es que México haya aceptado derechos de propiedad hechos a la medida de Estados Unidos sin cuestionamiento.El tratado de libre comercio entre México y Estados Unidos ni siquiera incluye una definición de “marca protegida” para que abogados corporativos puedan interpretarla como les dé la gana.Además, en el ámbito de medicamentos, incluye protecciones, no solo para los medicamentos biológicos, sino para todas sus formulaciones, ensayos clínicos y datos no revelados. Esto sirve para impedir el desarrollo de medicamentos genéricos. El tratado garantiza 5 años de exclusividad para estos medicamentos, además de los 20 años de protección que ya otorgan las patentes.Por si lo anterior fuera poco, como ha mostrado el trabajo de Ronald Labonté, profesor de la Universidad de Ottawa, el tratado también incluyó la obligación de otorgar patentes para nuevos usos, métodos o procesos de medicamentos ya existentes. Esto es, incluyó un mecanismo que facilita que las patentes se renueven infinitamente mediante cambios mínimos en los procesos.Al firmar el tratado, también México permitió la extensión de patentes incluso en casos de retrasos en la emisión o aprobación regulatoria. Se permite que las farmacéuticas se beneficien de la falta de capacidad estatal.Con estas regulaciones, los medicamentos biológicos se convertirán en un monopolio infinito de farmacéuticas extranjeras, impidiendo el tratamiento de cánceres y otras enfermedades prevalentes en México a precios asequibles.Es verdad que el tratado también establece que los derechos de propiedad intelectual no deben obstaculizar el acceso a medicamentos esenciales en situaciones de emergencia. Pero, en la práctica, estas disposiciones enfrentan una fuerte oposición por parte de las farmacéuticas y rara vez logran implementarse.Negociar distintoMi argumento no es que los derechos de propiedad deban desaparecer. Sino que un mejor tratado de libre comercio para México tendría derechos más flexibles en beneficio de la industria mexicana. Favoreciendo no solo el mercado de medicinas genéricas de nueva generación, sino sobre todo el que empresas mexicanas tengan posibilidad de patentar sus propias innovaciones, aun si con cambios marginales con respecto a patentes previamente otorgadas.Esto podría ayudar a México, como lo hizo en su momento con China, a reducir sus costos de producción y a avanzar en las cadenas de valor.Uno de los principales determinantes del crecimiento en productividad de un país es la capacidad de las empresas para adaptarse a cadenas de valor globales. Es decir, la capacidad de usar sus legos para adaptarse a las necesidades de mercado.Hoy, las empresas mexicanas no pueden hacer eso con el sistema actual de propiedad intelectual porque todos los legos y, en ocasiones, incluso todos sus usos futuros, ya son de alguien más. Hay demasiados candados.Flexibilizar la propiedad intelectual requiere un cambio en la mentalidad. La última vez que México negoció su tratado de libre comercio con Estados Unidos, lo hizo con miedo.Ahora, el tratado será revisado en 2026 con un mundo distinto. Uno en donde Estados Unidos le ha dado la espalda al libre mercado y, en cierta medida, al propio México. Los tiempos exigen que México reaccione diferente e intente fortalecer a sus empresarios y compradores domésticos.Es por ello que no resulta descabellado enfocar las energías de los negociadores en revisitar los derechos de propiedad. Será una conversación difícil de tener con Estados Unidos, sí, pero menos difícil de lo que será para México desarrollarse si nunca se atreve a tenerla.La autora agradece el financiamiento del Open Society para realizar esta serie así como la asistencia de investigación de Néstor de Buen y Luis Manuel León.Los países latinoamericanos subsisten bajo un entramado global que los obliga a priorizar el bienestar de los inversionistas por encima del de su población. Y que rara vez es cuestionado. Esta nota es parte de una serie de cinco artículos que devela el andamiaje legal internacional que sustenta múltiples injusticias. 

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