
El pasado 2 de noviembre murió en Salamanca Miguel Signes Mengual, autor teatral de la generación del 50. Había nacido en Valencia en 1935, en el seno de una familia trabajadora procedente de la Marina Alta alicantina. En su larga trayectoria, el teatro y la política han sido dos nombres para una pasión única. Su inicio en la escritura teatral puede datarse en 1953, un año después de que empezara los estudios de Derecho en Valencia. Sus obras nacen de la noción del compromiso, una categoría que pertenece a la estética precisamente porque busca desentenderse de cualquier esteticismo. Signes ha sido, además de escritor, hombre de la cultura e intelectual, dos categorías del siglo XX que algunos, como él, han mantenido con autenticidad heroica en este comienzo del siglo XXI. Más informaciónAunque ejerció inicialmente la abogacía, pronto se consagró por entero a la literatura. Agrupó sus primeras piezas breves bajo dos rótulos muy significativos: Lo social en cinco imágenes y Los que gobiernan no se ven. Su Antonio Ramos 1963 recibió el premio Albor del Club de Amigos de la Unesco, en cuyo jurado estaban José Monleón y Alfonso Sastre y se representó durante un mes en el María Guerrero de Madrid, con Berta Riaza y María Luisa Ponte en el elenco, coincidiendo con la matanza de los abogados laboralistas. En Valencia fue director del Club Universitario de la calle Comedias, donde contó con la colaboración de Broseta o Tomás y Valiente, y Joan Fuster. Fue igualmente Co-Director del TEU valenciano. Entre 1962 y 1967 vivió en Madrid y hasta 1969 en Oviedo. Allí creó el Grupo de agitación política “Teatro Documento”, publicó en los Cuadernos del Ruedo Ibérico de París bajo el seudónimo de José Romero Marcos y escribió varias obras, además de frecuentar el trato del poeta Ángel González y del filólogo Emilio Alarcos. Desde fines de 1969 ha vivido en Salamanca, donde ha sido becario de la Fundación Juan March, director del Café Teatro La Latina y colaborador de la Fundación Salamanca. En esta ciudad estrenó en el teatro Bretón y, en el Juan del Enzina, Los sueños de Mariano Acha, dirigida por Martín Recuerda, y escribe una treintena de obras. La guerra de Vietnam, la situación de los trabajadores, el mundo universitario, la Revolución Francesa o la cuestión palestina han sido algunos de sus temas. Lo cual no le impedía manejar con irreverente soltura los códigos de Marlowe y de Shakespeare, como hizo en Un Eduardo más, donde desentraña el mal implícito a toda forma de poder. Ha participado durante décadas en la Asociación de Autoras y Autores de Teatro, como miembro de su junta directiva, dirigiendo Las puertas del drama, y recibiendo el reconocimiento de Socio de Honor. Obtuvo el premio López Aranda del Ayuntamiento de Santander por Una silla tres euros. Jaime Siles, Ricardo Tordera o José Antonio Pérez Bowie han estudiado su obra. Además de intelectual, Miguel Signes ha sido un hombre cordial y sentimental. Ha sido dos cosas que no siempre van de la mano: un hombre de bien y un hombre bueno. Ha sido un hombre de bien en el marco de sus ideales, con una integridad estética, ética y política que ha sostenido hasta el final, sin renunciar a la empatía por el otro. Como hombre bueno, ha cumplido día tras día el verso de Antonio Machado. Vayan para él dos versos de su paisano Juan Gil-Albert: “breve ha de ser la tierra necesaria/ para seguir soñando” y las palabras con las que lo despidió su nieta Micaela, en ese valenciano que sonó dulce en la meseta castellana: Bona nit.Juan Antonio González Iglesias es Catedrático de Filología Latina en la Universidad de Salamanca.
Muere Miguel Signes, dramaturgo social de la transición | Cultura
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