Humanos, chimpancés y bonobos comparten alrededor del 98% de su ADN, lo que los convierte en los parientes vivos más cercanos, genéticamente hablando. Hay muchas conductas que se repiten en estas especies y una de ellas es su comportamiento sexual. Más concretamente, su manera de utilizar el sexo para reducir la tensión, prevenir los conflictos, aliviar el estrés o como método de reconciliación, de restauración de lazos sociales y como consuelo. Los grandes simios, más inteligentes y resolutivos que muchos humanos, practican la máxima de “haz el amor, no la guerra”, no solo en pareja, sino en el grupo. Y, hasta la fecha, no les va mal.Un estudio publicado el pasado marzo en la Royal Society Open Science arroja más luz sobre esta particular conducta en chimpancés y bonobos. Según la investigación Bonobos and chimpanzees overlap in sexual behavior patterns during social tension, el comportamiento sociosexual parece ser particularmente pronunciado y habitual en los bonobos (los simios más lujuriosos, los únicos que copulan cara a cara, como los humanos), que usan los contactos genitales como forma dominante de tranquilidad, en comparación con otros primates. Sin embargo, los chimpancés parecen tener un repertorio más amplio de conductas de consuelo, no siempre centradas en la genitalidad, y que pueden incluir el contacto boca a cuerpo, besos corporales o el toque de dedos o manos en la boca.Más informaciónLos hallazgos de este estudio indican que, dependiendo del contexto, los chimpancés aplican diferentes recetas eróticas. Por ejemplo, pueden elegir contactos afiliativos, como tocar, abrazar o comportamientos boca a cuerpo, para comunicar intenciones benignas con mayor claridad. Durante un contexto competitivo previo a la alimentación, la tensión puede ser alta, pero los individuos pueden tener más confianza para iniciar contactos genitales, si aún no se ha producido el conflicto. Los bonobos, sin embargo, no hilan tan fino.El comportamiento sociosexual parece ser particularmente pronunciado y habitual en los bonobos (los simios más lujuriosos, los únicos que copulan cara a cara, como los humanos), que usan los contactos genitales como forma dominante de tranquilidad, en comparación con otros primates.Fiona Rogers (Getty Images)En general, estas conclusiones respaldan la idea de que nuestros parientes vivos más cercanos utilizan el sexo para otras muchas cosas más que para reproducirse y darse placer, como ocurre con los humanos. La diferencia básica es que los primates lo hacen dentro del grupo, mientras que el Homo sapiens, mayoritariamente, se reserva esas tácticas para el reducido entorno de la pareja.¿Más cerca de los bonobos o de los chimpancés?La especie humana también echa mano de su dimensión sexual para evitar conflictos y sigue la máxima pacifista, pero, a menudo, está más cerca de los bonobos que de los chimpancés. “El sexo genera dopaminas, endorfinas, calma el sistema nervioso, actúa contra el estrés y fortalece los vínculos de la pareja. Esa es la parte buena”, señala la psicóloga y sexóloga Alba Povedano, responsable de la tienda erótica Amantis Gràcia, en Barcelona. “La parte menos buena es que puede retrasar o evitar la resolución de conflictos. En vez de afrontar los problemas mediante el diálogo y la comunicación, los zanjamos con un revolcón. Te lo compro si se trata de un enfado momentáneo y sin más trascendencia, pero si la problemática es más seria, estamos aplazando la solución, agrandando el problema y creando estrategias equivocadas que, a la larga, pueden generar frustración o falta de deseo”.”El sexo puede retrasar o evitar la resolución de conflictos. En vez de afrontar los problemas mediante el diálogo y la comunicación, los zanjamos con un revolcón”, señala la psicóloga y sexóloga Alba Povedano.Marin (Getty Images/PhotoAlto)¡Cuántos intentos de abordaje de conversaciones serias se sellan con un beso! Especialmente en parejas en las que la pasión todavía es un resorte difícil de manejar. Los tradicionales chistes o memes pintan al hombre como ese ser alérgico a tratar cuestiones peliagudas con su pareja y a preferir la más placentera táctica de los bonobos. “En parte hay algo de verdad en ese mito”, señala Raúl González, sexólogo, psicopedagogo y terapeuta de pareja del gabinete de apoyo terapéutico A la Par (Madrid), “porque la cultura patriarcal obligaba al varón a tragarse sus sentimientos y a evitar el diálogo, ya que, más bien, era un hombre de acción”. Este experto asegura que las reflexiones o divagaciones quedaban más en el ámbito femenino. “Esto ha hecho que, tradicionalmente, tampoco se dé importancia al hecho de pedir perdón o disculpas cuando se ha cometido un error (por parte de ambos sexos). Un gesto puede significar lo mismo, aunque no siempre se entiende así, ya que puede suponer, simplemente, un desvío de la atención, pero no un arrepentimiento sincero, con lo que el tema sigue en el aire”, confirma.El sexo a veces funciona como arma de distensión, pero también como táctica disuasoria, como moneda de cambio, como acto de chantaje para conseguir determinados propósitos. “La intimidad es política y esto tiene mucho que ver con la lucha social o la posición económica de cada uno”, señala Adnane Kabaj, educador sexual y ponente en el curso de Sexología de la Universidad UCLouvain, en Bruselas, además de cofundador de las marcas IntyEssentials y Lovely Sins, tienda erótica sex positive en Bélgica. “Por eso el sexo es el arma del que no tiene el poder, del más pobre, del más oprimido. De ahí que las mujeres la usaran como forma para obtener cosas, dinero, favores. Pero no depende tanto del sexo como de la posición de poder de cada uno”.Cuando las relaciones sexuales tienen un fin utilitario, y no exclusivamente placentero, la factura a pagar llega siempre, antes o después. “El sexo como moneda de cambio puede acabar en la cultura del abuso, donde ya no hay dos iguales, sino jerarquías de poder. A nivel personal, el cuerpo, estrechamente ligado a la mente, puede acabar somatizando estas dinámicas. Por ejemplo, aceptar relaciones para aliviar la tensión con una pareja tóxica, lo que puede derivar en disfunciones como dispareunia (relaciones sexuales dolorosas) o vaginismo, en la mujer; y problemas de erección en el hombre”.El mito del sexo de reconciliaciónEsta conexión entre sexualidad y gresca hace que se produzca otro fenómeno altamente idealizado: el sexo de reconciliación. La psicoanalista brasileña Fabiana Guntovitch trató el asunto en su libro Basta de peleas: pequeño manual para vivir en paz, donde cuestiona si las discusiones y el revolcón posterior son una solución sana o una forma de evadir los problemas de fondo. Según la autora, “el sexo tras una pelea puede sentirse más intenso, casi visceral, porque está cargado de emociones extremas: la urgencia, el miedo a perder al otro y la necesidad de reconectar”. Y matiza: “Pero también puede ir seguido de inseguridad y dolor (…). Peor aún, puede generar una dependencia emocional poco sana, ya que las parejas empiezan a buscar el conflicto (aunque sea de manera inconsciente) como forma de reactivar la pasión”. Es lo que ella llama en el libro una “adicción a la adrenalina”, mientras se cuestiona: “¿Realmente necesitas pelear para condimentar la relación? ¡Hay tantas formas más constructivas de mantener viva la pasión!”.La conexión entre sexualidad y gresca hace que se produzca otro fenómeno altamente idealizado: el sexo de reconciliación.Willie B. Thomas (Getty Images)Lo ideal sería reencontrarse desde el cariño, el deseo, y no desde la amenaza de guerra. Además, según González, “esto podía servir de táctica a nuestros padres o abuelos, pero hoy es muy fácil buscarse un sustituto ante cualquier maniobra disuasoria, huelga de sexo o intento de chantaje”. “El objetivo de las relaciones sexuales es pasárselo bien, tener intimidad y sentirse más conectado al otro”, subraya Povedano. “Por eso deberían estar libres de cualquier propósito fuera de estos. Lo que no quiere decir que no estemos abiertos a ceder, a recurrir al afecto en determinadas situaciones, a iniciar algo, incluso aunque no apetezca demasiado, siempre con la posibilidad de aparcarlo o decir que no en cualquier momento. A estar dispuestos a quedarnos a la mitad y dejarlo para otro día”, sugiere.El deseo se ejercita, se espera, se busca; pero el deseo es incompatible con las transacciones comerciales, con las segundas intenciones, con las amenazas o chantajes. En estos contextos desaparecerá o se mantendrá en estado semilatente hasta que el ecosistema le sea más favorable.

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